sábado, diciembre 16, 2023

Homero

 Ciego, ciego he quedado; impregnados mis ojos de los aceites de su cuerpo tallado entre los cinceles de unos dioses, satisfechos, al grado de ser onanista de su apropiación de la belleza.

  Suceden inauguraciones, llamadas al gasto, a la destrucción de un espacio. Los árboles caen porque llega el progreso; no importa que motosierra, ni que brazos la han empuñado. Hubo unas bocas y unos bolígrafos que firmaron la orden y dinero, mucho, en exceso, sobrante, escondidos, huidizo, pagador, dominatrix, poseído por fortunas, la mayoría de las veces silenciosas; en esta época, necesitada de notoriedad, de salir adorada, como dioses a los que no se llega más que para aparecer como donadores de nuestras pequeñas alegrías.

   Palcos que son altares, púlpitos de sus excelencias; quieren aparecer ajenos a esas talas de los pulmones verdes que hacían olvidar a las vecinas, las cadenas de asfalto que les retienen en su afán de pasos libres. Semáforos, bajada al subsuelo les permiten llegar a espacios, escaparates de la naturaleza en la que crecimos, nos fuimos. 

    En el puerto, el espigón es golpeado por olas de salvajes, alimentados por las sobras de una sociedad a las que van dividiendo. Anda por Pamplona, un ser de paz, dice haber votado a quienes se tienen que ir de la poltrona, a los que van a tener que dejar las llaves de las arcas, que también se les da abrir para repartir prebendas entre los poderosos. 

    Dice a los políticos que votó, que paren, que ya está bien de dividir a una sociedad, esta próxima, con ojos que se cruzan por la mañana en la panadería o corriendo. Les habla que olviden sus emanaciones de odios, de certezas que son manipuladas, desde la fábrica de la maldad, de señalar al contrario como un diablo. Allí, en sus torres, los taimados, los maquiavélicos canallas, sólo recuerdan como iban a llenar sus bolsones, las peleas de a quienes lanzan contra el diferente les importa un pimiento.

   Se lo recuerda, ese, su votante; lo señalo porque es una excepción, porque manadas de ansiosos de ser nuevos cruzados se lanzan como arietes contra el diferente. Cogen un estandarte, una cruz y repiten, en algun momento no saben que; sólo que serán santificados, pero, no quieren ver que con la espada que han tomado, cortan el perdón, la base de su religión. Te hacen dudar si su dios, lo encerraron en sus privilegios, en su odio, en sus ansías de riqueza y con otro barrote, el de ser tomado como espada ante el enemigo que, por otra parte, le señalan ángeles, unas veces caídos en alcohol, otro en la marmita del insaciable poder en el que buscan satisfacciones diarias e inmediatas de eyaculación precoz. Adictos, se volvieron. 

   Juan Carlos Monedero es un farero. Hoy, cuando, tras una noche por una pequeña Siberia, se activa la tecnología que nos vigila, aparece una intervención suya; será una de las últimas, una luz lanzada para desgranar nuestro paso entre los estrechos, llenos de arietes pedregosos, de arenas ansiosas y movedizas que se comerían nuestro vagar por las noches y por las negras aguas sedientas de ahogar razones.

   Leo un titular, con el peligro que tiene eso, donde Carlos Bardem dice que cuando oye que esta es una generación de cristal, sale huyendo. Tratan las tintas negras de ensuciar la perspectiva, tenemos una gente con una inteligencia, a la que han revestido honestidad, a la que conviene escuchar, los Monedero, Rufián, Iglesias, Matute, Montero, Belarra, Aizpurua, Serra, asoman con una exposición que asusta a quienes creyeron todo, atado y bien encerrado y, entre empujones, de sus grandes dogos amaestrados mayores y jóvenes descubren la luz, no porque los canallas hayan talado los árboles, sino porque entre las grandes hojas, saben apreciar cada rayo que traspasa el día de las bestias.

  

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