Cuando me descarto de un palo, jugando a las carta, me percato que es de un rey, todo sea por el bien del juego o de una sociedad; a la vez, suelto, a modo de sentencia en equidistancia, antena tres es de derechas y la otra, también del mismo grupo empresarial, de izquierdas. Así se conforma una sociedad, con afirmaciones que dejen compartimentado el mundo.
Ibrahima es una persona, atravesó durante 3 años todos los infiernos a los que puede ir arrojado un ser humano: desierto, miserables humanos, mares, tragando barcas con agujeros a sus fondos. Ha conseguido los papeles y ya puede ir y volver desde su país, a su país de origen. No sabemos si cuando atravesó ese mar, encontró nadando a un miserable que buscaba dar y difundir una imagen de enfrentarse a todo un país. Ayer, cogió otro contenedor de agua, no unos fondos marinos, sino una botella y la arrojó contra una persona. Él, con modales de orangután; servidor de la riqueza a la que nunca se enfrenta. Adorador de un dictador, que fue un general traidor, que en los primeros momentos de su rebelión, mandó asesinar a quien se oponía a ser un desleal a la sociedad que le había dado armas, pero no derecho a ajusticiarla en nombre de un orden que era y es el de las grandes fortunas que le dieron todos los recursos necesarios para que luego se lo devolviera multiplicado. Ellos, que han hecho que un dios multiplique los peces y los panes, consiguieron que unos felones, a los que recompensaron, por supuesto, les siguieran dando el dinero que es el poder. Entonces, ahora, y por desgracia, siempre.
Ibrahima, ese español, ese español, viajero a Roma, a su país, crece por encima de ese escuadrista, siervo del poder. Transmite lucha por sobrevivir, como nos toca a muchos. Él, como todos, no somos esa idiotez de clase media en la que nos quieren introducir. Somos los que nos tenemos que reconocer para caminar juntos.
Esa especie de monaguillo, tan ridículo como yo, en aquella foto partiéndome de risa con una brecha, de las que iba acumulando en mi niñez y tanto irritaban al padre, intenta salvar la cara al orangután nadador, en modales y rastrero servidor. Se hace "el longui", no confundir con nuestro admirado "Langui". Gente de muchos apellidos, amamantado en una iglesia que desokupa belenes de gentes sin casa y adoctrinados en centros privados, movidos como una noria, en el que la zanahoria hace que el paga manda. Ese ser es el que abre las puertas a la locura.
No olvidemos, jamás, a quienes sentados alrededor de la equidistancia, arrojan seises, cuatro, ases, treses, mientras confunden el mundo que les muestran las teles como el real.
Persona, y no es fácil porque luego en la red obvian la total información, es Javier del Pino, antes de dar paso a Ibrahima, para compartir su alegría, tras años de lucha, habla de las "sosimis" y esos conglomerados económicos que quieren desalojar a inquilinos de toda la vida, porque ahora a esas bestias económicas les han dado ese poder. El de su libertad, que es pisar los derechos de los inquilinos. Javier, habla de esa casta, que se esconde entre la palabrería y las macarradas de los Smiths que les obvían para culpabilizar a los que sufren la agresión. Esa casta de Aguirres y si, Polancos, que son parte importante de la empresa que le permite su "avivir".
Los nombra porque es honesto, no puede evitar que en las redes, se lo editen y quiten el titular. Pequeñas luchas, para erosionar a los graníticos dueños, que utilizan la degeneración de los tiempos, como afirmó Charles Darwin:
"La progresiva degeneración de la especie humana se percibe claramente en que cada vez nos engañan personas con menos talento".
Ellos, y nosotros, y los agujeros donde esconder la cabeza para ver la realidad en pantallas unidireccionales.
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