Han cogido el amor a lo que sois y vivís, os lo han arrojado al cubo de la basura y os hacen decir lo que no practicáis en vuestras acciones diarios
Cuando llegué a mi nuevo destino, el primer día vi que por alguna razón extraña y que no alcanzaba a comprender, no había nadie e igual que me podía dar por interesarme por descubrir los mejores métodos para mejor vivir allí, decidí instaurarme como rey.
Me vino a la cabeza la canción y la frase: "pero sigo siendo el rey", "¡qué bueno es ser rey!. Debo confesar que fue más fácil de lo que lo ha tenido, en sus inicios algun otro rey; ni me puse macarra, ni me tuve que acostar con la hija del rico del lugar, ni tampoco tuve que ser el más descerebrado ante un ataque injustificado contra un colectivo que hacía los trabajos en común, como nos narran los Monty Phyton; realistas en la exageración.
Por supuesto, no perdí tiempo, me apropie del mayor número posible de tierras, enviando una paloma mensajera, coja la pobre, por otro lado, inconveniente en el despegue, peor en el aterrizaje. El siguiente paso. Fueron unas horas, puede que algun día muy ajetreado. Poner carteles, desviar rutas, para que cuando volvieran fueran de forma escalonada. Construir bancos en los miradores, unos apuntando a la caída del Sol y otros, a la vuelta del recodo, viendo la luna llena que parecía me había elegido a mi, también como su rey. Cuando fueran volviendo los habitantes les iría entreteniendo con mil y otras tantas artimañas para que se dispersarán.
En aquellos momentos, fui muy estricto en la meticulosidad de la redacción de las leyes e impuse unas normas que luego fueron aceptando quienes llegaron primero porque entonces había venados para todos, tierras donde poder plantar lo que nos apetecía.
A esos primeros, les pasaba como a los que se iba encontrando Tom Joab en su camino, a la tierra prometida, en aquel caso, California. Ocurría que por haber llegado unas horas antes, creían tener más derechos que los que, engañados, habían sido enviados por rutas más largas. Se armó la marimorena, pero claro, otras de mis primeras tareas habían sido hacer trampas y cavar trincheras. A los primeros, mis aliados, les avisé, a los siguientes, les dejé que cayeran y antes de sacarles de los agujeros, les hacía jurar que acatarían la Constitución, que por supuesto, había copiado de algun país salido de una dictadura, que mantenía todas las estructuras de esta y sí, me convertí en rey.
Por dos horas, soy Pepe, sigo la crónica del descerebrado que ha escrito lo anterior. Según llegué, se había sentado en un trono, hecho con mimbre y cubierto de polvo de oro. Se levantó para bendecirme, le di una hostia y ahí anda, en el trono, pero el de los niños, meado y cagado.
No se cansa uno de ver gilipolleces y bufones, a los que han votado a uno de estos, que aprendan que estos siempre fueron, la distracción que daban los reyes a sus súbditos para que se sintieran poderoso, sentados en el suelo.
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