No contemplo el que me elijan como reserva. Para el fútbol no doy la medida.
Piden un revulsivo, alquien rápido, efervescente, capaz de cambiar el ritmo de un partido. No es mi caso, llevo años corriendo a un ritmo entre lento y congelado.
Reserva de esos que se tiran treinta años en ella, para ver a que degenerado le interesa montar una guerra, consumir recursos de un país, en armas cada vez más inhumanas por costosas y criminales y utilizan los medios de mentiras masivas, que son consumidos por quienes dan valor a lo que les dicen y no a lo que ven, ni, por supuesto, a lo que pudieran pensar por sí mismo, es otro nivel, también alcanzado a unos límites insospechados en estos momentos.
Aparece un Milei, prometiendo destruir un
orden que tiene atrapado a todo un país y están tan desesperados que le sueñan
en su cama, realizando posturas inimaginables hace tiempo. Pero ese tal Javier,
asalvajado, al final le ves sustentado por quienes te “jodieron la vida”; tan
frescos, tan naturales, otra vez dispuestos a entregárselo a los fondos
monetarios internacionales tan incapaces de ayudar, como cueva donde han parado
las peores alimañas, incluso patrias
Llegado ese instante, sabiendo que ni para el
guiñote estoy en la reserva, sino más bien en los descartes, me marcho para mi
piso, bueno, parte de él, el apartamento.
Allí me zambullo en la realidad, me
mimetizo, de tal manera, que mi señora igual hace el amor conmigo, que con el
sastifayer, lo cual me ofende porque los lametones que le doy, ya afirmo yo,
que ni de coña, se lo da el “maldito aparato ese”, perdonen que haga público el sentimiento de ofensa.
Fuera del piso
también me acompaña esa capacidad de convertirme en lo que existe alrededor
mío. Hace muchos años, antes de convertir al Luengo, en un parking central en
Guadalajara, vi Zelig, dirigida y protagonizada por Woodi Allen.
El vecino del quinto, cuando baja hablando de las atrocidades hechas en Gaza
por Hamas, me convierto en un misil; ha habido días que en el portal, se ha
montado todo el dispositivo necesario para lanzarme contra esta organización.
¿En
qué estaba pensando yo en esos momentos?
Pues en cómo me las apañaría para volver y
como enviaría dinero para la familia.
Otra cosa es justificar si caía en un
hospital o en edificio; por muy proactivo con mi vecino que sea, se me hinchan
los pómulos de vergüenza si me hubiera convertido en un criminal.
Ha sido
mi vecina del noveno, siempre muy mesurada, a la vez que antigua amante, la que le ha
convencido que podría montarse una buena. Le asegura que hoy está todo
localizado; que la del primero, uno, dos, tres, está todo el día mirando entre
los resquicios que quedan en la persiana, del centro. La debe estar tocando
todo el día, para apartar las cortinas, me imagino, porque un día se desplomó y
lo que pudimos ver fueron sus pechos; bellos, para que negarlo y si no es mucha
indiscreción por nuestra parte.
Raro si que es que no se abrigue un poco, pero bueno, el del segundo,
tres, cuatro, uno, es otra historia. Esta buena mujer, está en un sinvivir, que
es como el “avivir” pero a lo bruto, en el cable de equilibrio, moviéndose
zarandeado por los más diversos avatares.
Mientras el vecino primero me desarma para
que no provoqué una desgracia en nuestro propio bloque, yo me voy convirtiendo
en una universidad, en el paraninfo se sube la vecina, no con esta no hubo
nada, y empieza a desmenuzar el origen del conflicto que existe en Palestina,
incluso antes de 1948, donde había ya colonias judías que, en diversas épocas
tenían sus más y sus menos.
Desde yo, púlpito, no montada en mí, por no
dar pie a malas interpretaciones, va desmenuzando toda la vergüenza de la
comunidad internacional por su capacidad de crear monstruos; ahora ciego ante la toma del poder en Israel por las formas más abyectas del ser humano
¿Ha dicho monstruos?, preguntó a la del
tercero derecha 4, 3, 2, cuando me empiezo a convertir en ello. Ya saben el
raciocinio, la reflexión está minusvalorada y yo me deshago enseguida también;
mejor monstruo, parece decirme ella, después de nuestra aventura en el
ascensor; yo la dije “vaya experiencia monstruosa” y en eso nos hemos quedado
en aquel instante, indescriptible, perdonen la reiteración.
Por lo que sea, la química se me ha ido y
entonces mi transformación se va hacía lo tarado, lo atroz, donde me convierto
en esos seres aberrantes, bien formados capaces de ver en el diferente, como un
enemigo, como un ser animalizado.
Convertido en una bestia, ya no distingo
voy dando manotazos, con mis garras a diestro y siniestro; me pasa que incluso
a mi hijo que se ha interpuesto confiando en que “conociera” le he desgarrado
el isquio; el chico se me ha venido abajo, porque acababa de tener una rotura
del recto anterior, por su parte izquierda. Me ha dicho, con toda su
contundencia adolescente, quitada su cara del móvil, déjate de sandeces y
llévame al hospital.
Decírmelo y convertirme en un burro, ha sido todo en uno; se ha subido, en el serón y me ha dicho, tira para adelante; pero no
confiando en mí, me ha puesto una zanahoria en los morros, además con las antojeras para que
focalice, que yo creo que es lo que me pasa también; que no me fijo, me disperso.
Cuando hemos entrado por urgencias; ahí
estaba, el vecino de la puerta de al lado; ha sido ver al chico y cogerlo en
brazos y empezar a coserlo, desde lo más profundo a las capas exteriores.
Lo que si me ha molestado, y mucho, es que con esa capacidad que tienen los cirujanos de dominar tanto su materia te pueden estar hablando de la ultima serie vista en Filmin, o del partido de su niña, mientras tu sientes que una fibra se te puede quedar a un lado u otro del hilo, y temes que la cosa no termine de ir bien en la recuperación.
El caso es que se ha puesto a recriminarme el día que entre en su habitación; yo siempre he dicho que me confundí de llaves, y al salir, cogí las que me dejo el vecino por si surgiera una urgencia.
Al volver de la última cena, como ví que no abría mi puerta, no me
pregunten porque, me fui a la de al lado, por si estaba yo confundido y alegre y deseoso de un merecido descanso, ahí que
me lancé a la cama, fatigado que estaba.
Paso que, por ir un poco bebido me vi, como
en una premonición, haciendo el amor con mi señora. Le aparte, a mi yo,
adelantado a su tiempo, de un empellón, que sonó, ¡madre mía que si sonó!
Menuda bronca le hecho al médico, la vecina de abajo.
¡Qué una cosa es follar! Y otra hacer ¡el
salto del tigre! a las 2 de la mañana, oí que le decía, sin darle tiempo a explicar que había sido yo, que tan a también pasaba como el vuelo de un fantasma.
. No se atrevió a insistir, encima de con moratones, cornudo; que le hubiera llamado así, le hubiera rematado.
El caso es que la señora, con buen criterio,
se quitó del mercadeo, en el que andaba mi mente y con su paciencia y la del
marido, me metieron en mi habitación; lo cual fue un lio, porque mi mujer se
desveló e intuyendo al otro, ¡qué estoy seguro que no me lo dijo a mi!, afirmó:
¡otra vez aquí!, apartando las sábanas.
Vaya bote que pegó cuando se desperezó y nos
vio a los tres; cada uno, con nuestra propia cara de circunstancias.
Eso pasó, ahora en el hospital, la otra
vecina, limpiadora, como yo, me trae una chocolatina, con forma de
proyectil; la miro,
Y me empiezo a deshacer; es una vuelta a
empezar, pero ahora, como la chocolatina que se ha recalentado con mis sudores,
es mi dignidad la que se convierte en un charco de indignidad, como la de una
comunidad internacional que vuelve a abandonar a un pueblo palestino masacrado por tantos
años.
Ahí, continuamos, en la reserva,
conformados con el criterio de unos malos dirigentes
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