Iba por una senda y me metí en un cuento, ¡ja, ja, ja!, si, me pone nervioso; me pregunta.
Claro que sí; como no me va a poner con los pelos de punta no saber si será el de caperucita, el de cenicienta o el de los dragones del Henares.
Mi perfil como persona está muy definido y me horroriza meterme en un cuento donde me vea obligado a destapar la verdadera identidad del lobo. Sería un escandalo que marchando los dos por el bosque y sabiendo la calaña del lobezno, me hubiera dado por atraerlo hacía una mañana de ciervas con las que estaba enojado por no quedarse quietas cuando las intenté fotografiar en aquel bosque idílico, cuando un rayo de luz las envolvió como elevándolas hacía las diferentes ramas de hayas, fresnos.
Hubiera sido de una grandeza sin igual, haber desvestido a esa bestia parda de sus ropajes tan mentirosos. Si le hubiera saciado con la gran cierva, seguro que hubiera bajado la guardia y no hubiera pergeñado las mentiras con la que se preparó para que Caperucita cayera en sus garras.
También hubiera tenido la oportunidad, según la la hora de la muerte de la abuela, para que salvará a esta; un desastre para el cuento, vamos. Esta mujer tenía también un relato, su madre había salido muy joven a otro país a buscar trabajo. Dicen las malas lenguas que a Suiza; allí, a los dos años, había encontrado un nuevo amor y ya no quiso saber nada de su hija. Nada de esas bellas historias; ya que se lo hubiera impedido aquel pastor; sólo que sintió que aquello ya, no era de su incumbencia
Rosa, el nombre de la abuela, quedó con el padre y claro, lo típico, una madrasta con sus hijas. Dicen que Alberto, mi tio, que también es de meterse en muchos cuentos, intentó antes ligar con aquella señora; pero por lo que fuera la historia siguió su curso. Así que estaba Rosa Junior, ese nombre loco, adelantado en lo americano, lo introdujo otro haragán, era nieta de la Cenicienta que, y eso si es cierto que pasó, se salvó de que la carroza, se convirtiera en una calabaza, porque pasado esto, prefiero irse con el del pony; ya que los animales se libraron de la maldición que sólo afecto al suntuoso carruaje del cuento.
Así que me he ido quedando por los márgenes del cuento, sin otra tarea de ser el verificador de la violencia de los lobos que en manada se muestran inclementes con los seres desvalidos.
Donde si ando metido es en la historia de las diferentes familias de dragones que se han ido estableciendo a lo largo del río Henares; por supuesto que no es el Liffey, ni yo soy James, ¡válgame los cielos!, pero me chuleo con algunos autores de por aquí que también describieron mundos, que son más cuerdos que la realidad.
En el que he entrado ando en la búsqueda de una nave con la que llegaron a las procelosas aguas del Océano, antes pasó por Aranjuez que entonces no tenía al lado la autovía de Andalucía y aún podías quedarte en la playa durante unos días. El cuento hablaba de unos exploradores, pero claro, al meterme en él, ya algunas cosas les descolocaron y buscaron tener otra tarea en la historia. Les rogué, con insistencia, que siguieran las pautas establecidas. Nada, me concedieron el honor de transformar sus días, pudiendo meterse ellos en aquella cosa tan extraña que les decía que era una piragua. El cuento se alargó y para la narración tuvo funestas consecuencias porque en una riada, su nuevo diversión, les hizo quitarse el miedo y se metieron con el máximo caudal; dicen algunos que les vieron introducirse en una cueva. No lo ví, lo mismo si me salgo a tiempo, consigo verles en un futuro. Ahora los hemos dado por perdido y fíjate que la historia por buen camino. Cosa de los cambios de última hora.
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