El libro de Philippe Sands muestra la lucha de Liseby y los habitante de Peros Banhos para volver al lugar donde nació. El pueblo pertenecía al archipiélago de Chagos, una isla de la que fue expulsada en un barco donde iban como animales. Viene a la memoria las condiciones que describe Carlos Bardem en "Combo Blanco". Aquí, pero ya en plena mitad del siglo XX, la lejanía no es tan apabullante, como entonces.
Cuando Isla Mauricio consigue su independencia, reclama esos lugares, que entre británicos y estadounidenses los han convertido desde bases de aviones a prisiones donde se saltarán todos los derechos humanos posibles.
Todo se repite con una mecánica perfecta: La inhumanidad de arrancar de su tierra a quienes nacieron en sus respectivos lugares. Nos sucedió a nosotros, hace años o siglos; creíamos que lo habríamos aprendido pero no es así, nos echamos la capa de nuestra propia supervivencia. Igual que vemos las imágenes de los niños palestinos, masacrados después de casi cuarenta días, aceptamos que del Congo venga migrantes, desparramados en indecentes barcos. Nos hemos acostumbrado al mal; su banalización, nuestra justificación porque no podemos hacer otras cosas, nos decimos sin estar nunca convencidos.
En medio de la lectura de "the last colony, también ha sido la última sesión con un profesor de saxofón. Es lo más próximo, lo que se puede dominar; porque esta en nuestro tiempo. Ya un año y un mes y volver siempre atrás, para saber si lo que dimos por aprendido se descubre mejorable. Se intenta, se descubre que las luchas que no se hacen se pierden; y que será más fácil perder las que no se comienza.
Matices, siempre esas pequeñas acciones que pueden cambiar percepciones y aquellos actos, maléficos, permitidos por quienes se posicionaron arriba y tanto nos cuesta quitarles del medio.
Un rey, al que le ganaron una guerra para que permaneciera con su corona, tan atemporal, como ilógico. Un presidente nombrado, apoyado por los Medios, que habrá de destruir lo anterior, y que termina siendo un lacayo de quienes permitieron y exacerbaron su histrionismo.
Roger Waters canta 4:50 go fishing, con su hijo. Sobre el minuto 4 entra un saxo que parece clamar con un estruendoso sonido, por un respeto por los derechos humanos. Lo sigue haciendo en su gira de ahora por Sudamérica. Su contundencia y compromiso recuerda como nos penetra ese sonido en nuestra mente.
Encontrar esas trompetas para destruir los muros de la insensibilidad
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