miércoles, marzo 11, 2020

Taburete

Fíjate sentado ahí, dándome el calor en la espalda, veo  pasar gente muy diversa, yo creo que también muy dispersa, de hecho, he escuchado susurrar, si créanselo, susurrar a aquella que con sus tacones aporrea el suelo silencioso que también pusimos en nuestro parque.
No sé cómo lo ha conseguido, no lo del susurro, no; lo de estudiar una  carrera, me la imagino cayéndole un libro y agujerarle por la parte del principio y claro, si tu pierdes el índice estás provocando que la lección de la época gótica la confundas y creas que por lo que sea, tampoco vamos a ser muy tiquismiquis, sea la poca gota la que debes tomar en dosis pasadas de plazo. A algunos no les hicieron efecto, quizás por el poco recorrido, pero claro a otras, empezaron a viajar y les pasan, a las gotas, como a mí cuando iba de viaje y empezaba a desvariar, por cansancio o vaya usted a saber, porque otras gotas me hicieron efecto a mí, a su tiempo indebido, que terminaba viajando hacía Andalucía pero sin pasar por Valdepeñas, cuando era allí donde tenía mi hostal.
En ella las gotas, por vaya usted a saber porqué, le cambiaron el recorrido y cuando bajaban al corazón para posarse con delicadeza en un espacio como el que nos prepara el Rincón en nuestras reuniones de AFG, buscaron llegar al cerebro, pero ahí, las gotas, rociado el cerebelo y asentadas en el bulbo raquídeo hicieron una reacción de soberbia, maledicencia y falta de escrúpulos y es que hay gotas que no debieran mostrar nunca ningún tipo de sumisión, porque no sabes nunca en que laringes y narices vas a caer
 En estos tiempos, parecieran que esas gotas, por sus efectos, fueran siempre primero a esas zonas de cráneo humano, se acepta primero el odio como animal de relación con el diferente.
El caso es que si había empezado con una voz, oh sorpresa baja, pero marcando el ritmo con sus tacones que avasallaban, anduvo, sobrada hacía una zona de hojarasca donde ella creía que luciría su prepotencia, pero fue el efecto de las lluvias caídas la que había hecho que un colchón de hojas, amortiguarán su tambores de guerra y, de verdad, eso no iba a consentirlo de ninguna de las maneras. Su voz creció, su figura se alargó como lanza en ristre en manos de un quijote, pero en ella no era el caso porque no buscaba ensartar sueños e ilusiones, trataba de atravesar verdades, respetos y encuentros para poner al final una cinta de blasón de su poder, bueno, quizás podredumbre ante los demás que la veíamos como obnubilados, porque se puede ser poderosa, altiva y segura de si misma, pero el daño se hace cuando las lecciones que crees haber asimilado son las equivocadas, si a las primeras esencias que tu confundiste como gotas le añades los anaqueles que creíste que eran del románico pero que sólo eran los lugares donde os habían ido colocando las ollas con los chorizos. Esa realidad no la aceptaste nunca, fue oír hablar de ese inocente alimento, ay mi colesterol, y creer que esa lección la había metido alguien de extranjis para mentarte a lo choriceado en el pasado, del que te presumes, orgullosa; mostrarte tus compis yoguis, ejemplo para más altos tablones; y un futuro que os regalarían según les vayáis dando más privilegios a los ya, acostumbrados a regalos.  
Y si, exhalabas prepotencia, exudabas odio elitista y mentías, ahora ya, como el Frankenstein de  Bagdad porque te habías acostumbrado a querer seguir teniendo tus segundos de gloria ante el público. Te nombraban, cada vez más, y volvías a salir por las calles sucias, los rincones pútridos y los parques quebrados; allí, entre tus cobijos resonaban el eco de tus petulancias. No tenías conciencia la mezcla de sabores, olores que producían tus palabras, aunque salieran desde los más altos púlpitos o los más insignes estrados que te ponían para que te encumbrarás en una época de zafiedad y cortes en las que ahora, no había entendido su otro significado

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