Historia de
una inhumanidad, en la entrada de un casi desierto pueblo; un hombre parece
buscar algo. Le ayudaríamos, pero el terreno está lleno de nieve, parece hacer
un frio que pela y no encontraríamos el lugar donde volver a entrar en calor,
porque las casas que están detrás, parecen ser un manantial del helador viento
que se filtra por las paredes de mala calidad. Salieron de algun lugar. Creo
que no les preguntaré las razones.
Alrededor
las encuentro, en sus teorías, en sus
efectos.
Tampoco
intentaré averiguar si habían imaginado que tanto egoísmo y violencia les
rodeará en su peregrinar hacía una vida que les concediera el privilegio, ahora
si, de sentirse ser humano. Las puertas se les van cerrando, las ventanas, ojos
a la luz, se tapan para no verse sus habitantes ante su propio espejo. En la
calle quedan ellos, entrarán a buscar alimento en medio de ortigas y zarzales,
sus pinchos, les harán sentir seres de dignidad. Dentro, aislados, inseguros,
quedan quienes creen ser parte de una sociedad única en la que sólo ellos
tienen derechos. Ocupados en las fantasías de los artilugios que les aislaron,
aún más, entregarán su confianza a la imagen fuerte de la violencia del sometimiento.
Confiarán a la imagen de poderosos, todos los sueños de los que fueron un
tiempo propio.
Pero
volvamos a él, soñoliento, aterido de frío, aterrado por el futuro que se le va
negando a los suyos. Sueña que esa nieve, que le encoge la piel, por los surcos
que encuentra en sus demacrados brazos, cae en tazones de esperanza, en el que
se miren, los migrantes y los que salgan a su encuentro para nacer caminando.
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