Entre las gotas, miro los actos a los que peinaron los vientos. De su levantarse sin horas, recuerdan necesidades, angustias, pesares, sumisiones.
En las miradas de sus entonces mayores, de sus parejas y sus hijos inagotables encontraron el horizonte para cabalgar tantos pedregales que rasgaban sus alpargatas, sus pieles, sus lenguas resecas. Nos extendieron con sus actos sin egoismos que abrieron tantos desfiladeros cegados; creyeron ser desgajados de una rueda que les prometía felicidad y sin embargo, siguieron con sus pasos, con sus amaneceres de oscuros presagios y aquí están con nosotros, para enseñarnos aquella paciencia, ahora que el enemigo invisible, es tan infalible como aquellas hambres, aquellas miserias.
Dicen que ya cumplieron su tarea, y sin embargo, hoy se levantan para la nueva lección. Sobrevivieron y engendraron con el sudor, alguno en el campo, otro delante de la chimenea y algún que otro en catres delatores; su renacimiento no necesito, que no es poco, más que poco disparos de supervivencia para adornar las mesas del hambre; y por ello, ahora, nos dicen olvidar la violencia, que no engendra más que impotencia, más que desapariciones. Buscar lo que nos une.
Nos dicen, si alguien te quiere nombrar rey de castillo fortaleza para la soberbía, buscar ser sólo, y es lo más grande, humanos, en medio de otros humanos a aceptar, incluso sin, a veces comprender.
A nuestros mayores, les seguimos necesitando como nuestros maestros, en estos tiempos ilegibles
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