domingo, marzo 22, 2020

Enfermería, paisaje humano

(texto mejorado, aún por mejorar. Toda acción, te llama para la atención a lo que escribes, a quienes se acercan a leerte)
Estoy en una mañana tan lejos que me acerco a ver desde el balcón de mis recuerdos, el paisaje arrobador con el que me despierto en este tiempo; allí veo pasillos, ensimismamiento, exámenes por hacer, investigaciones sobre cómo será nuestro futuro.
Me viene el recuerdo de ella, pronto, emprenderá el viaje a su Itaca. A nosotros, cada vez nos queda menos tiempo en este nuestro espacio, aunque la isla será un tránsito perenne. Por ello, en la mínima conversación, porque ya estás en la parte final, con pruebas donde te juegas el futuro que siempre labraste con tu infinita responsabilidad, se desliza una pregunta para saber si entre las sendas, encontraste tu camino.
Surge ante la bola del pasado, el tiempo donde a áridas explicaciones, ¿por qué no conseguía todo lo que creía que tenía que obtener de mis, quizás, incompletas charlas? Manan las nubes grises compactadas para no dar alivio a un Sol que se queda triste en su trono sin súbditos en una primavera sin paseos. De ellas caen las fértiles gotas de un tiempo fértil por la atención que percibía de tu mente qué recolectaba frutos.
Debajo de mi ventana, cruzando la calle, siete pasos 7, se agitan unos árboles, que empiezan a vestirse de nuevo, labrados, a duras penas, por las manos cansadas que, unas veces, dieron sus fríos para matar los parásitos que querían pudrir y otras, el sudoroso arado penetraba, sin dañar raíces, para limpiar lo superfluo y dar viaje a brotes donde sus nietos olfatearán las rebanadas de néctar, alimento para patios donde descubriera a otros.
Aterriza la respuesta pese al batir de estos tiempos, lectura de malos vientos erráticos que nos rodean: hambruna en  bocados para la esperanza, mascarillas para los pulmones de palabras, luces para surfear ondas, cuidados para atravesar avenidas de lodos y árboles.
Posado todo ello; también los días de tutoría; finalizados en un regalo, inesperado, inmerecido, por su puesto, libado, me viene tu respuesta. “sí, quiero hacer enfermería”.
A mí, que me flipaba cuando percibía que alumnas o jugadores podían conquistar grandes planetas, dentro de nuestro pequeño mundo; oír esa respuesta, en medio, de las, entonces, alharacas a profesiones de éxito, hoy, efímeros; escuchar  aquel “estudiar enfermería” me pareció propio de ella, pero, tantos vuelos por mi cabeza, me alejaron de su verdadero significado.
Hoy, en esa alumna, que llegará; y en aquellas que llegaron y que están, encuentro el cuidado que nos alivia de pesadillas desconocidas y la entrega que nos permitirá volver a arroparnos tras los hielos de la enfermedad.
No adentramos en este tiempo que pasa, ayer para verme mundo, dentro de la comunidad con un amigo apenas tratado en los últimos años y que nos arrellanamos en el parque del tiempo, para jugar con nuestras zozobra; y hoy para saber que un día tomaré el camino del monte al que doy la espalda para escribir este texto y remontándolo, ya arriba, ante la contemplación, a un lado de los terrenos con los que nuestros antepasados nos pudieron nacer y al otro, con el sueño del agua de un Tajo, escondido en sus frondosidades, que nos bañó los días de encuentros con las piraguas flotantes de la juventud; desde ahí en la cima, me lanzaría en un parapente llevado por el viento del grito de mis pulmones,
Gracias por soñar transformarte de recuerdos de dos cursos compartidos en ser tú en la entrega al otro; al paciente que tú, seguro personalizarás.
Transcribir paisajes humanos: enfermera, en    fer   me    ra

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