(texto mejorado, aún por mejorar. Toda acción, te llama para la atención a lo que escribes, a quienes se acercan a leerte)
Estoy en una mañana tan lejos que me acerco a ver desde el balcón de mis
recuerdos, el paisaje arrobador con el que me despierto en este tiempo; allí
veo pasillos, ensimismamiento, exámenes por hacer, investigaciones sobre cómo
será nuestro futuro.
Me viene el recuerdo de ella, pronto, emprenderá el viaje a su Itaca. A
nosotros, cada vez nos queda menos tiempo en este nuestro espacio, aunque la
isla será un tránsito perenne. Por ello, en la mínima conversación, porque ya
estás en la parte final, con pruebas donde te juegas el futuro que siempre
labraste con tu infinita responsabilidad, se desliza una pregunta para saber si
entre las sendas, encontraste tu camino.
Surge ante la bola del pasado, el tiempo donde a áridas explicaciones, ¿por
qué no conseguía todo lo que creía que tenía que obtener de mis, quizás,
incompletas charlas? Manan las nubes grises compactadas para no dar alivio a un
Sol que se queda triste en su trono sin súbditos en una primavera sin paseos.
De ellas caen las fértiles gotas de un tiempo fértil por la atención que percibía
de tu mente qué recolectaba frutos.
Debajo de mi ventana, cruzando la calle, siete pasos 7, se agitan unos
árboles, que empiezan a vestirse de nuevo, labrados, a duras penas, por las
manos cansadas que, unas veces, dieron sus fríos para matar los parásitos que
querían pudrir y otras, el sudoroso arado penetraba, sin dañar raíces, para
limpiar lo superfluo y dar viaje a brotes donde sus nietos olfatearán las
rebanadas de néctar, alimento para patios donde descubriera a otros.
Aterriza la respuesta pese al batir de estos tiempos, lectura de malos
vientos erráticos que nos rodean: hambruna en bocados para la esperanza, mascarillas para
los pulmones de palabras, luces para surfear ondas, cuidados para atravesar
avenidas de lodos y árboles.
Posado todo ello; también los días de tutoría; finalizados en un regalo,
inesperado, inmerecido, por su puesto, libado, me viene tu respuesta. “sí,
quiero hacer enfermería”.
A mí, que me flipaba cuando percibía que alumnas o jugadores podían
conquistar grandes planetas, dentro de nuestro pequeño mundo; oír esa
respuesta, en medio, de las, entonces, alharacas a profesiones de éxito, hoy,
efímeros; escuchar aquel “estudiar enfermería” me pareció propio de ella,
pero, tantos vuelos por mi cabeza, me alejaron de su verdadero significado.
Hoy, en esa alumna, que llegará; y en aquellas que llegaron y que están,
encuentro el cuidado que nos alivia de pesadillas desconocidas y la entrega que
nos permitirá volver a arroparnos tras los hielos de la enfermedad.
No adentramos en este tiempo que pasa, ayer para verme mundo, dentro de la
comunidad con un amigo apenas tratado en los últimos años y que nos
arrellanamos en el parque del tiempo, para jugar con nuestras zozobra; y hoy
para saber que un día tomaré el camino del monte al que doy la espalda para
escribir este texto y remontándolo, ya arriba, ante la contemplación, a un lado
de los terrenos con los que nuestros antepasados nos pudieron nacer y al otro,
con el sueño del agua de un Tajo, escondido en sus frondosidades, que nos bañó
los días de encuentros con las piraguas flotantes de la juventud; desde ahí en
la cima, me lanzaría en un parapente llevado por el viento del grito de mis
pulmones,
Gracias por soñar transformarte de recuerdos de dos cursos compartidos en
ser tú en la entrega al otro; al paciente que tú, seguro personalizarás.
Transcribir paisajes humanos: enfermera, en fer
me ra
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