Si, así se me conoce en el pueblo. Soy muy flamenca y bastante imaginativa.
Cuando los hombres están escardando las cunetas de la carretera de entrada, yo
me pongo a cardarme el pelo. Eso me hace muy femenina y tengo la perspectiva
que entre ellos, exista alguno que no me mire por lo flamenca, sino porque me he
puesto a tono, para él.
El caso es que a ellos, les cuesta ¡dios y ayuda! decirme algo agradable y
yo, yo no me lo tomo a mal. A mal, me lo tomaba cuando tenía que teclear, yo,
de verdad, no había nacido para eso, durante horas y horas, con un solo dedo,
todas las cosas que me decían que escribiera
¡hummm, madre mía las burradas que me decían de poner y el cachondeo que
tenían encima!.
El caso es, siempre por las ramas, que el dedo se me quedó como muy chafado
y ellos, de forma cruel, ¿no creen ustedes? empezaron a decir que había salido
a pasear al dedo salchicha. ¿no llevo razón?, pues eso que a bobos no les
gana nadie.
Eran zafios y de forma grosera decían, como para minusvalorarme, tú, un día
serás nuestra reina.
No sé ustedes lo que pensarán pero a una que llaman Pepilla, ponerle de
repente Pepona, no digan que no les pone verraco. A mí, si, lo reconozco. Tengo
mi corazoncito.
Y oye, que llegué a reinona. No me pregunten como, pero ¿a qué les parece
gracioso?.
Yo, ahora tengo un poder que te pasas. No veas lo que puede llegar a salir
por mi boquita. ¿Qué creían que esta, con todos sus lereles, se iba a achantar?.
Ni de broma.
Cosa que se me ocurre, la suelta. Estaría bueno que se quedará dentro para
darla de comer con el cerebrito que tengo yo. No estoy para esas cosas.
El caso es que de un tiempo a esta parte. Aquellos (imita la voz fuerte y
gangosa de ellos) señorones me han empezado a visitar.
¡Vaya tela de coches que me enseñan! ¡y sus casas!, no son casas, son
casoplones de ensueño, como los de los cuentos de la princesa esa, la invitada!. Allí me pasó
varias veces una cosa muy graciosa ¡ que me confundieron con el servicio!.
Yo les decía que sólo la reina del cante; bueno, reina, reina, no,
reinona. ¡Cómo se alegraban! Soltaban unas risotadas que retumbaban. A mi, un poco, un poco, me asustaban y les dije parece que
hubiera millones escondidos en la pared del eco que hacen. Fue decirlo y ¡qué se les cortaba en seco esas
destempladas risas!. Yo les dije, que con uno de los juguetes con los que estaba
ahora, me había pasado lo mismo.
A lo que vamos, ¡que nos perdemos!, todos ellos, me han dicho, te voy a dar
una bici, y voy yo, y lo canto, en este caso por soleares; el otro dice, quieres aquel tarro de miel, y
yo le digo, por supuesto, y ahí que voy lo cojo y delante de la gente cuando
voy a cantar una seguidilla, les digo, y que sepan que la miel me la ha dado
aquel de allí.
El caso es que no paro de dar enhorabuenas a los agraciados. Con tanto y
tanto palabrerío y lío, ni había llamado al guitarrista, ni al tocador, y
yo cantar, en estas circunstancias acontecidas, para mí, que lo mío, mal, no le vayamos a poner baños turcos.
Y cuando pasa esto, me digo ¡No se puede estar a todo!, ¿A que sí?; hala poner una cara más alegre, ¡qué
sois unos agrios!
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