martes, marzo 24, 2020

Caracol


En medio del tiempo que transcurre con la lentitud del avance del caracol sobre sus babas. Se aceleran los gestos para llamar la atención de quienes obligados a parar, necesitan tomar referencias en las que encontrarse desde sus porqués.
¿De quienes proceden esos gestos espasmódicos a  los que nos vemos obligados a mirar por la virulencia de sus agitadas acciones?
Sobre el escenario, la luz empieza a fijarse, en un rojo intenso, vienen los haces desde los cuatros puntos de nuestro escenario, e incluso desde arriba un aura se dibuja sobre la corona de nuestro cabello.
 No hay 1 ni 10 personas sobre las tablas de esas calles desérticas; son muchas personas, miles las que son investidas por trajes que les proporcionan pagadas luces tan preparadas para continuar el mínimo paso del arcos iris de su triunfo. Ahora haberse quedado sólo con la sangre proyectándosela desde todos los focos les pone nerviosos.
Eran las pantallas, las más grandes, las más brillantes donde se intuía su atención a todos los mundos, las que proyectadas en ese único tinte perdían todas las dimensiones evocadas por las paletas económicas serviciales.
Magnates con aires de mangantes adorados, expropiadores de crédulos a los que habían dejado en los lodos de las deudas, niñas con padres ungidos por armas asalariadas desde sus voces cavernosas, imperiales movían hilos porque les urgía que salieran entes despersonalizados, pagados por futuros diezmos a recibir en billetes de traición, para que desde los rincones más inverosímiles, en las posiciones de dignidad más rotas, con los trajes, hilados por sus esclavos hilos salidos de sus bocas proyectoras manarán vómitos de insidias para ese colorado vestidor de sus otrora oropel, no siguiera marcándoles, como ellos antes habían hecho con sus empleados con las herraduras incandescentes de las condiciones esclavas.
Y tras ellos, y sus mediáticos oradores que tenían púlpitos donde ya les  habían demostrado su traición a la información veraz, utilizando la indignidad de no ser veraz y se falaz; tras estos profesionales sembradores del odio, como decía, aparecían seres que vivían entre nuestras brumas, ahora de ladrillos con cancelas. Compañeros en paseos, en cruces, en desencuentros. Habías viajado en tus frecuentes errores de vida que te habían enseñado, limitado, asustado, encerrado. De ellos habías aprendido a seguir viajando, pues no eras más por el número de repeticiones, muchas veces, desagradables, pero tampoco eras menos, porque fuiste comprendiendo que te enseñaban, te modificas y te adaptabas a ya no ser el autosuficiente espantajo que remarcabas las caídas, las insuficientes, las incomprensiones de los otros.
Sintiéndome cerca, porque la vida tiene diferentes vestidos y tallas. Y contemplando la honestidad en su trabajo, intentaba comprender como desde la oscuridad de sus sombras, se empeñaban también en seguir agitando sus linternas para llamar mi atención. Si miraba, por décimas de segundo, se sentían satisfechos y se decían mira, mira este le hemos hecho mirar para que se entusiasme con el dinero que esparcía un millonario a modo de dádiva. No comprendían que mi mirada buscaba en la insondable negrura en la que se bañaban para estos excesos de mínimas ráfagas que sin embargo a ellos, no les permitía ver la desmesura de la aceptación del no pago de impuestos de aquel señor de luz, que sin embargo, la reducía cuando sus empleados debían buscar el camino para tejer el paisaje de soberbia en el que el ser humano, soñando, no veía la ceguera provocada.
Tintineaban también en su choque las antorchas que les quemaban la autoestima, pero debieran seguir sosteniendo aquellos que se arrobaban con la visión del constructor que donaba el sudor de las lágrimas que extrañaban sus camas, para recibir islas de tesoros para ser vividas por los suyos, mientras que con la combustión de los líquidos de inyectada pobreza aquellos seres se desaparecían sin más promesas que tener castillos en las increíbles islas de Barataria.
Buscaba tener ignorancia de los carroñeros ostentosos, como ellos de mi viveza, pero cuesta tanto, que tanta iluminación de seres de luces, se disperse en mostrar luces, tan banales de sus admirados señores, como en qué momento su llama interior, sólo buscó, iluminar tripas que arrastran palacios que no son suyos   

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