martes, marzo 10, 2020

Don Marciano en siesta

Llegó como que no le esperabamos, nos habíamos acostumbrado a hacer temblar a tantos y tantos señores humanos alejados a nuestras costumbres que estabamos seguros que ellos, precisamente ellos no tendrían ningún interés por comer en nuestras mesas aquellos garbanzos que eran saltos del Ángel en nuestros estómagos; pero claro él, él no atendía a razones, cogió el palio, lo montó en la acuática y se nos vino sobre la ola, no había quien le parará cuando de comerse un cocido se hacía cuestión de Estado.
Y alli estaba Marciano, en la mesa, dispuesto a zamparse ese manjar que le hacía salivar desde años antes y kilómetros de por medio. No lograba entender algunas de las cautelas que tenían hacía él, pero bueno, gorgoteaban los ácidos ante sus nuevas ocupaciones.
En esto Basilio, de natural hablador y brillante en sus disquisiciones, se empeño en tratar los temas de las huertas desde un punto de vista ecologista y por ello sacó a colación el tema de la vuelta de los animales domésticos a nuestra vida cotidiana.
No fue una buena idea, nuestro extraterrestre, en aquellos momentos, no estaba ni para entremeses ni para postres. Aguantó, digamos que bufó, durante 3 larguísimos minutos, por lo menos para los oyentes porque riánse de los palabros que soltaba nuestro inclito Basilio para dar cuenta de la importancia de lo que él proponía, pero ustedes tienen que imaginarse un ser nacido para la opulencia, en esos momentos gastronómicas, que se ve privado de su tesorooooo. No una manada de toros que por desgracia nos lo han domesticado, excepto cuando lo meten en un círculo, que a ver quien tiene narices para permanecer impasibles, sino una sabana llena de búfalos sedientos que les dijeran que el agua está a 10 minutos. Pues eso, así andaba nuestro queridísimo Marciano, generando un estado de ansiedad que vaya Usted a recuperarse si ahora le comentan que de aquellas noches de ensueño sin sueño y llenas de abrazos, besos y claro, ya puestos, penetraciones, tiene 4 hijas. Pegas un bote que deshaces los terrones que te ha dejado quien te ha labrado la parcela. Él, salvaje, espumeaba blancas nubes, me imagino que serían de ira; y pezuñaba sobre las nacientes hierbas de primaveras descomponiéndolas en nuevos detritus para, por favor, fecundar, aquellos futuros putos garbanzos, que podrían ser los hijos o los nietos de los que ahora estaban en la mesa y que le importaba un comino. y que un, dos, tres empezaba a comerse en esos momentos.
 Claro, se puso tibio, y la siesta, ¿cómo alquien con aquellos granos subidos sobre la nave tempestada, intestinos, puede echarse a dormir cuando la zozobra pueda salir en cualquier momento en modo de salvajes cláxones o berridos de cualquier obturación? él, la había descubierto y ahora sí, en esa sobremesa nuestro hombre púlpito podía hablar, en aquella oquedad, cúal Cíclope hambriento, que la diosa morfeo le había engañado y el hombre migrante, estaba en su nuevo descubrimiento en el atlas del ser humano, la siesta

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