En su cuerpo, siente que entra el frío de los pensamientos vencidos. Aletean las fosas nasales para calentar ese aire de los días sin respuestas.
Acompañas su recorrido para irle abriendo puertas; las mismas que corres el riesgo de cerrar cuando se aprietan las paredes tintadas de carbón. Placer de descubrir los sótanos que estuvieron cegados por los humos nicotinados; para, ahora, darles una nueva vida.
Los brazos se desperezan, cuando aún la respiración clama porque no la abandones. Siente que hoy está apunto de estallar por su agitación, por su incontinencia.
¿Qué le puede convertir en búfido?.
Cuando ha llegado al cerebro, no lo ha visto embotado de información superficial, banal. No sabe él, piensa ese aire, que ha entrado y salido por tantos pedros por su casa de como está el patio.
Este seguro servidor, el oxígeno, también ha entrado en la estancia donde el otro día Guillermo Fernández, en CTXT, le mostraba como están algunas cabezas.
Aquí, no ve la situación del todo bien. Debería saber que nunca lo estuvo pero que bueno es un proceso de adaptación del ser humano, que vive en un cierto equilibrio.
Son los brazos, arítmicos con ese momento de especial enfado, quienes empiezan a controlar la respiración. La ha llamado y la ha ofrecido sus brazos, como veíamos, abiertos. Los ha rehuido en un primer momento, la ha golpeado en sus palmas hasta helarlas y volverlas hacía atrás, en una lucha frenética, que se ha mantenido durante violentos segundos.
El cuerpo, ayer sin manos, ha colaborado con sus extremedidades, se ha volteado, se ha arrugado hasta sentir que entre ambos podían controlar esos huracanes de negros presagios.
Como ayer, nuestro hombre, otros seres, han comenzado a construir desde los tiempos de destrucción. Si bocanadas de exabruptos manaban de diferentes fuentes, para golpear su mirada para un futuro del que aún se siente parte, convertía su cuerpo en vela, sus piernas en mastiles y sus brazos en drizas con las que sujetar tan diferentes y variados empujes.
Todo ahora es uno, su cuerpo busca saber donde se ubica el pequeño puerto, en el que quieren descansar tantos y variados marineros. Su mente, se libera de las anclas que caían en plena búsqueda. Si, eliminemos en estos tiempos, nuestras sobrecargas para que con muchas, quizás demasiadas bordadas, lleguemos sin embargo a un puerto común.
Viajes que amanecen gélidos, con nuestras habilidades en marcha, nos ofrecen a una naturaleza que nos espera
No hay comentarios:
Publicar un comentario