Para que
palpite un verano multicolor, saboreado en “bocados lentos” se necesita que
haya un final de invierno con un verde de retozar, engendrado por una lluvia
demasiado perecedera que busca remarcar con un incisivo buril los surcos
de tu cara y maquillar con los pelos del pincel mecido por un viento que
quisiera ser gélido, pero es tamizado por la luz de una primavera ya saliente.
Sueño, entre
las cuatro paredes, cabalgar entre esos árboles entronizados por las gotas que
los limpian y los aires que los abanican. Sé que aquí, en nuestra Castilla, ese
verdor es demasiado efímero y sin embargo se me incrusta en el corazón con la
profundidad de las aspas que labran los momentos íntimos vividos para vestir
tus sueños de Itacas.
Se agitan
unos pocos árboles, quizás escondite de animales que vigilan los pasos que
soñaron mil records, convertidos ahora, tan solo en motor de diarios diálogos
entre cuevas para mil sudores por encuentros en oídos enrojecidos.
La fuerza
que emana del natural tapiz abraza estos momentos desorientados. Verde después
de la nieve, aquí desaparecerá con los calores que los machacan hasta extraer,
por un lado, un azul sobre el que surfean los cuerpos que exhiben deseosos de
crecerse por compartir; y por otro lado, un amarillo en el que granan
nuestras experiencias, liberadas de los rigores de aulas donde adoctrinarse.
Hoy, el
brillante marrón en el que se hundían las zapatillas de piernas otrora
poderosas, saciadas hasta ensuciar la pulcritud, se izaba sobre el polvoriento
blanco de verano que castiga con cadenas en los pies los caminos, pero invita a
las sombras donde retozan descabalgados intérpretes que se descubren entre las
ropas que apenas pueden retener los pálpitos descabalgados de las pieles
sensibilizadas por ilusiones, ajenas a estereotipos animalizados en una
sociedad consumista, para saberse profundos juegos de lenguas, dedos
entrelazados en espaldas cósmicas, exploraciones de unos ojos que se iluminan
en cuevas abiertas, que se consienten.
Cuentos
repetidos en este invierno yaciente, mas con todos los ingredientes de la
explosión de nuevas formas de vida, desde una alfombra de vientos sobre los que
ahora, nos gusta vivirnos, porque esos soplos húmedos, desapacibles, nos
electrizan en la búsqueda de la nueva compañera que se entusiasme en los trozos
de pieles imantadas a pesar de unas cortantes brisas del norte que nos manda
saludos de un Papa Noel montado en auroras boreales, que, casi siempre vuelve
para despertar el letargo del invierno, aunque la mayoría de los años, sea en
forma de un carbón, ahora despertado para comprenderse en sus líneas
descompuestas de siglos, de antes vida en la muestra de esa paleta de las
cuatro estaciones que lanzados en sus trazos dar un halos de un nuevo
nacimiento en las mentes que miran, en su instante, la magia de la creación
No hay comentarios:
Publicar un comentario