martes, marzo 17, 2020

Cuando algo se te va de la mano


No importa, cierren los ojos, a lo lejos se oyen rítmicos paleos, su cadencia es ligera y la potencia que transmiten, inquieta, pero no importa. Manténgalos cerrados, aíslense y tomen conciencia de sus propias capacidades, apenas entrenadas que buscan ser mejoradas entre las brisas de un río apenas navegable. Allí, algunas mañanas, crees oír una sinfonía con la que tu cuerpo se retuerce en unos movimientos desperezadores; hoy no, hoy los jóvenes tienen sus estudios para en un mañana salir al acelerador de partículas o para un día navegar con vientos de “lebeche”, por eso, no han acudido. Algunos, también sabes, alargan la noche en la que buscan risas, besos en prisa, o rincones acolchados; con o sin éxito, no escuchan el momento para refrescar, sólo con agua, anoche prohibida.
Observas  el barco, ¿has abierto los ojos? Sientes su pesadez por la impericia; la pala, quizás sea un arma, pero no la hélice propulsora, así la sientes cuando con ella atacas, que no comunicas tus fuerzas a tu liquida aliada. Ellos, cada uno de los jugadores de un equipo que nace, si miras en la sala, los ves, pero tú, creas un ritmo, un, dos, tres, un, dos, tres y cuando a un lado sientes el minizoo, con sus animales testigos; los sueñas libres, como tu sensación en medio del cauce,  aunque estés atrapado en este pequeño hilo de agua, a veces olvidado en su cuidado. Tanto tiempo, un, dos, un, dos y sin darte cuenta viajas al pañol de Xuvenil, en aquella presa, frenadora de un agua que había zigzagueado entre pequeñas colinas. En la sala, aparecen tantos y tantas chicas que palearon, sudaron, soñaron, compartieron aguas nuevas. De allí partían, aquellos ritmos que escuche al principio.
En esa línea continua que vuelve a nacer cada 200 metros, se van uniendo aquellos que crearon un grupo de lealtades, y se ven, enseguida con el balón. ¡Ellos reman horas!, nunca me entienden y creen llegada “la hora”, pero del balón y aprenden, aprendimos desde lo básico. “Un balón es un balón” obediente cuando le prestar atención. Nos hubiera costado más, ¡por tantas vida! Comprender que “un kayak era más kayak” en función de que aquellas juveniles potencias hubieran encontrado otro tipo de disciplina temporal, que sólo la repetición hubiera premiado.
La sala se ha vaciado por el medio, el tiempo se aletarga. ¡Cuántas horas de viajes! Conductores que habían trabajado, amado se vestían de irreductibles romanos para conducir junto a sus aliados carros que rompían las ruedas, ya quemadas por tantos miles de paisajes. Sí, sí, no se había acabado el espectáculo, enfrentados a cada lado de la sala, están cada uno de esos dos equipos. ¿Dormidos?
Las cadencias de cada equipo son diferentes, sus danzas, van acordes con sus trajes, sus cascos, acordes a los tiempos, llenos de inscripciones de amor a los suyos, y en el kayak polo, también al otro. Diferentes vidas, mismo espacio para un tiempo de superación en sueños, de ese momento, absolutos.
Y si, se lanzan los dos equipos se lanzan a  ocupar el centro de la sala. Sonidos de quejidos, palas para una batería, de quejas para un flamenco, de imprecaciones, ¡ay los dioses Marte y Juno!;
¿lo ves? , parecía una sala pequeña, pero el agua, el agua nos alargaba la vida. Los tiempos de los abrazos en los que ahora nos necesitamos. Y si, otra vez, como en los inolvidables “autos locos”, mi kayak con hélice, volvió a fallar como a “Pierre no doy una”.
En la sala,  tras el glorioso encuentro, sin incierto resultado, por la contundencia del Xuvenil, cuando todos salen a cenar, digamos a aquella pizzería de “El Ferrol”, dónde los míos, creían haber encontrado la marmita mágica, permanezco yo, no necesito mirar porque ¿dónde estará el odioso tornillo que hizo fracasar mi trampa?
Veo en la quietud, aquella imparable juventud, que nos hace transformada en adolescencias que se repetirán

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