No importa, cierren los ojos, a lo lejos se oyen rítmicos
paleos, su cadencia es ligera y la potencia que transmiten, inquieta, pero no
importa. Manténgalos cerrados, aíslense y tomen conciencia de sus propias
capacidades, apenas entrenadas que buscan ser mejoradas entre las brisas de un
río apenas navegable. Allí, algunas mañanas, crees oír una sinfonía con la que
tu cuerpo se retuerce en unos movimientos desperezadores; hoy no, hoy los
jóvenes tienen sus estudios para en un mañana salir al acelerador de partículas
o para un día navegar con vientos de “lebeche”, por eso, no han acudido.
Algunos, también sabes, alargan la noche en la que buscan risas, besos en
prisa, o rincones acolchados; con o sin éxito, no escuchan el momento para
refrescar, sólo con agua, anoche prohibida.
Observas el barco,
¿has abierto los ojos? Sientes su pesadez por la impericia; la pala, quizás sea
un arma, pero no la hélice propulsora, así la sientes cuando con ella atacas,
que no comunicas tus fuerzas a tu liquida aliada. Ellos, cada uno de los
jugadores de un equipo que nace, si miras en la sala, los ves, pero tú, creas
un ritmo, un, dos, tres, un, dos, tres y cuando a un lado sientes el minizoo,
con sus animales testigos; los sueñas libres, como tu sensación en medio del
cauce, aunque estés atrapado en este
pequeño hilo de agua, a veces olvidado en su cuidado. Tanto tiempo, un, dos,
un, dos y sin darte cuenta viajas al pañol de Xuvenil, en aquella presa,
frenadora de un agua que había zigzagueado entre pequeñas colinas. En la sala, aparecen
tantos y tantas chicas que palearon, sudaron, soñaron, compartieron aguas
nuevas. De allí partían, aquellos ritmos que escuche al principio.
En esa línea continua que vuelve a nacer cada 200 metros, se
van uniendo aquellos que crearon un grupo de lealtades, y se ven, enseguida con
el balón. ¡Ellos reman horas!, nunca me entienden y creen llegada “la hora”,
pero del balón y aprenden, aprendimos desde lo básico. “Un balón es un balón”
obediente cuando le prestar atención. Nos hubiera costado más, ¡por tantas
vida! Comprender que “un kayak era más kayak” en función de que aquellas
juveniles potencias hubieran encontrado otro tipo de disciplina temporal, que
sólo la repetición hubiera premiado.
La sala se ha vaciado por el medio, el tiempo se aletarga.
¡Cuántas horas de viajes! Conductores que habían trabajado, amado se vestían de
irreductibles romanos para conducir junto a sus aliados carros que rompían las
ruedas, ya quemadas por tantos miles de paisajes. Sí, sí, no se había acabado el
espectáculo, enfrentados a cada lado de la sala, están cada uno de esos dos
equipos. ¿Dormidos?
Las cadencias de cada equipo son diferentes, sus danzas, van
acordes con sus trajes, sus cascos, acordes a los tiempos, llenos de
inscripciones de amor a los suyos, y en el kayak polo, también al otro.
Diferentes vidas, mismo espacio para un tiempo de superación en sueños, de ese
momento, absolutos.
Y si, se lanzan los dos equipos se lanzan a ocupar el centro de la sala. Sonidos de
quejidos, palas para una batería, de quejas para un flamenco, de imprecaciones,
¡ay los dioses Marte y Juno!;
¿lo ves? , parecía una sala pequeña, pero el agua, el agua
nos alargaba la vida. Los tiempos de los abrazos en los que ahora nos
necesitamos. Y si, otra vez, como en los inolvidables “autos locos”, mi kayak
con hélice, volvió a fallar como a “Pierre no doy una”.
En la sala, tras el
glorioso encuentro, sin incierto resultado, por la contundencia del Xuvenil, cuando
todos salen a cenar, digamos a aquella pizzería de “El Ferrol”, dónde los míos,
creían haber encontrado la marmita mágica, permanezco yo, no necesito mirar
porque ¿dónde estará el odioso tornillo que hizo fracasar mi trampa?
Veo en la quietud, aquella imparable juventud, que nos hace
transformada en adolescencias que se repetirán
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