Mirafiore había dicho que está noche quedaban y Luis lo tuvo claro, se compró el traje más caro y los preservativos más sabrosos, aún sabiendo que ella los rechazaría, pero los masticaría.
Felpi, de natural invisible, cambiaba el concepto de superioridad en el que le habían educado en todos sus años por las sombras de los palacios; lo hacía por el del cálculo de acercarse a quienes le mantuvieron en el altar aunque fuera a costa de romper los lazos que evocaba querer unir dentro de una gran diversidad.
Eduard, por favor, no confundir con Fernández con el consecuente y nada culpable, tampoco con un Pérez Reverte del que tampoco coincidía en el nombre: al que mentamos, insigne en algo y no el que escribe; como decía Eduard ha querido escribir una carta, pero está vez la lee él, no delega en un pringao, al que llevó a una indignidad, es una misiva a un rey Mago, ¡tantos ahí!, pero él tiene el suyo propio.
Como curiosidad diremos que ese rey, cojamos confianza y le digamos Rey de la casa, como se apostilla a los niños, está presente y circunspecto, que, además, debe ser una opción real, que le hace entrar en un grado de grandiosidad, no superior, que no, pero si lo suficiente para tener una cohorte de bufones y escribanos que, como el abuelito que se fue, nunca ve ningún fallo en él; todo amor es lo que recibe.
Ciñámonos a la carta escrita por el ínclito correveidile que tanto éxito ha tenido en las pantallas, por ser sobre todo, servil a sus amos. Está escrita en letra mayúscula porque aunque se dirige a sus rey con una exquisitez de formas, que nunca ha tenido, sin embargo, acostumbrado a las voces y a embarrar las letras las escribe como es en su interior, de 24, nada de arial 12, courier o verdana. Él, en su vida diaria, tira de 24 o 36. Es tal su apego a este tipo de expresión que, ante, "la cabra tira al monte" de ponerse a leer, como se escribe, le han tenido que poner unos acólitos, que de forma jesuítica le recuerden
"No te olvides con quien estás". Lo ha llevado bien. Sólo los respingos de autocontrol, que eran más fuerte de lo habitual, pero eso al mago no le preocupaba. Había entrado en modo, tú cuenta, que nos auto ayudamos pero no te hago ningun caso. De ahí, la cara de "circunspecto" que podría ser un modo de estar en la vida, pero aquí es un a "estos, todos, son de los míos, porque nos damos cobertura como su amo".
Según avanza en su lectura, atada para sosegada, la imagen de la pantalla se va llenando de un cierto color, nada sosegado. Es un color, anticipatorio a lo pútrido.
Por el grado de servilismo que demuestran las letras que han juntado podríamos pensar que es sólo para el lector, pero es la imagen conjunta de los dos las que se va colmando.
De buenas a primeras, cuando llega a unas palabras parece como si hubiera caído en un pozo profundo; pegar de forma conjunta fidelidad, lealtad y veracidad, le hace trastabillarse y dar un número inadecuado de arcadas. Pasan de 14. Para su suerte esto lo vive en su interior.
Su rey mago, aún así, se percata del sufrimiento del otro y del lodazal en el que parece que se está metiendo. Le han enseñado a vivir de la realidad paralela que le protege pero eso no significa todas las fabulaciones, mentiras y cloacas en la que anda metido el declamador que tiene al lado, como si fuera su pareja a punto de levantarse para bailar por solares, porque es lo que tienen los seres ingrávidos que en sus súbditos producen temblores y zapateados que se pueden interpretar por tantas cosas, que a todas las daremos por buenas; que se den un cabezazo o que parezcan ahogarse en sus propias heces, también entran en esa gran gama de posibilidades que abarca.
Así que ahí le tenemos como la Castafiore, espléndido y al lado, aquel pasado Mirafiore, tan inservible para hacernos los grandes recorridos de hoy, como propio de todas épocas, cercanos escuderos que apestan a los gases de sus excrementos en los cuales se sienten tan "en su salsa"
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