domingo, abril 27, 2025

Una esquela

 Miro mi nombre con una cierta perplejidad. Algunas personas se detienen ante la misma, me miran y deciden seguir para adelante. 

   No es indiferencia, llevan años con las opiniones formadas y les da igual lo que tú les podrías aclarar. Les rige el dicho ese tan manido de "A ver si lo que veo, me va a hacer cambiar lo que yo pienso".

   Así andamos en el fútbol como en la vida. El otro día, María se quedó mirando a la hiena y pensó que está tenía unas líneas muy bonitas y unas manchas que la elevaban a la categoría de diosa. Se quedó mirando durante varios minutos hasta que se dio cuenta que había empezado a comerla la punta del pie.         Pero no de esa manera como recordaba que hizo Kevin, aquella noche, en la que la elevó al altar del placer, mientras escuchaban a B.B. King; aquí la hiena según mordía, se quedaba un rato pensando y masticando. Casi quería tener consciencia del manjar si ella daba un mordisco subiendo hacía arriba.

   Ví un detalle en mi esquela de la que no me había dado cuenta durante los últimos años. Dori, mi afamada mujer, había querido aparecer en la hoja, doliente, pensarían muchos, tales como estos que han ido al funeral papal para venderse. Sabían que sus votantes, mientras les interesara, seguían los vientos a favor, sin importarles hacía donde les llevará. 

   Y si mi sorpresa había sido que teníamos un niño, me lo había ocultado, cuando me hecho de su hogar; dijo que por mi falta de definición, como si eso no lo hubiera tenido Vinicius. Este aprendió, en mi no confiaban.

   Saturno, mi chico, ya tenía 21 años y estaba en la Universidad, haciendo un grado o veinte que había inviernos demasiado cálidos para aquellos que recordaban Marisa, la abuela de Dori.

   Claro Lucía, con la que había convivido en mis infiernos de los últimos años, se quedó petrificada cuando Saturno, la insinuó que podría ser una buena idea empezar una relación sexual, que tuviera como horizonte, dos o tres horas después. 

    Lo único que le prometió fue que no tendrían hijos, porque se había hecho la vasectomía. A Lucia, ya en sus cincuenta y dos años, aquello le hizo gracia. 

    Yo que estaba en el banco de atrás cuando se llevó a cabo lo que pienso que era una conversación muy loca; no lo fue tanto, fue mi chico Saturno, quien se comió a su padre y me dejó las vergüenzas a la luz del día.

     Ahora estoy ahí, deleitándome como mi esquela

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