lunes, abril 07, 2025

Un viento desgarrado

  Asomarse a Ítaca, es sentir acelerarse el corazón; reconoces los memorizados contornos, escuchas los sonidos internos, paladeas los frutos exóticos que te sustentaron en las noches de ensueño.

   Lo tienes tan a mano que te impacientas; sabes que esos arrecifes te pueden quebrar la quilla. Los vientos de tierra te obligan a ceñidas que parecen llevarte de vuelta a las noches tenebrosas. Los amaneceres iluminan sus playas, como para hacerlas estallar para darlas un vuelo que la hicieran imposible para amerizar. 

   Pese a ello, te quedas mirándolas y buscando cada uno de los poros por los que se te revelen los puntos por donde llegar a ese lugar onírico.

   En la travesía, encontraste olas de semicorcheas en las que al asomarte sentías el vértigo de un suelo que se hundían según bajabas. 

   Hubo días donde los vientos eran tan cambiantes que no sabías distinguir si sonaban timbales, si clarinetes desembocaban en tornados, si tubas rasgarían los cielos, si los tenores comerciaran con los materiales de nuestro barco, si los barítonos abroncaría nuestra osadía o si nosotros, los altos, pararíamos las insinuantes canciones con las que las sirenas nos prometían una promiscuidad que se derrotaría entre los fósiles afilados que ansiaban desollarnos.

   Todo ello le había labrado unos profundos surcos en su ánimo, por allí le brotaban las nuevas ilusiones, no había espacio para la química manufacturada, sólo la nacida de las entrañas de aquel ser curioso y persistente. 

    A aquel viento que aún quería dejar su impronta, cuando ya estaba poniendo pie en la playa, el cuchillo de las experiencias vividas por Teletabius, parecía dejarle sin la fuerza de sus aires entrelazados, rotas sus conexiones

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