jueves, abril 10, 2025

La carpeta

 En aquella carpeta había metido datos sobre como había sucedido aquella tragedia. 

    El director había tratado por todos los medios que tenía a su alcance para que  aquel saltimbanqui no apareciera en el día de su estreno.

    Se había formado con algunas de las mejores orquestas del país, culminando una dedicación a la música que había empezado desde sus primeros momentos de vida. 

    Su padre escribía poesía dadaísta y su madre construía decorados para las obras de teatro de aquella ciudad. En su tiempo libre bailaba la danza del vientre, algo que Luis, el director había visto, maravillado, incluso cuando viajaba en el carrito con su padre, que le había llevado a aquel gimnasio para que ella saliera de su abstracción.

   Lorenzo era una advenedizo que llevaba tres años como si fuera un zombie reconvertido a la música. Sus vecinos le miraban y encontraban el vacío en sus ojos. 

   Sara que trataba de visitarle, muy de vez en cuando, cada vez con mayor distancia en el tiempo, intuía detalles que la hacían comprender el progresivo abandono de aquel tenaz y ardiente amante. 

   Cuando empezó a adentrarse en aquella partitura, algo cambió en su carácter. Había ido aprendiendo la necesidad de medirlas con esmero y con dedicación en cada uno de los pasajes que se hacían más complicados. 

    Era una razonamiento muy sencillo, pero en alguien que se ha echado en brazos de la belleza, no le cabía en la cabeza que una pura y repetitiva acción pudiera ser la clave para luego encontrarla. 

    El caso es que tenía motivos para no haber entrado en aquella profunda depresión; hablaban de las obras de Stanley Kubrick o Charles Chaplin que había logrado crear frescas y perfectas imágenes a partir de la repetición de muchas de sus secuencias.

    Estaba Lorenzo en aquella situación en la que comprendía que su atención debía ir dirigida a encontrar la facilidad en lo pequeño, para controlar todo lo demás; el director de la orquesta dirigía en la habitación anexa a algunas nuevas alumnas, que estaban cercanas a entrar dentro del grupo.

    De forma nada inocente, Anselmo había cambiado algunos pasajes de la partitura, de tal manera que su comprensión fuera endiablaba.

     Intento una y cientos de veces, nuestro protagonista desbrozar aquella trampa: Sus tres años, pese a la intensidad de su dedicación tenía lagunas y en aquel papel parecía haberse conjugado parte de sus desconocimientos. 

     Se cruzaron en algún momento de aquella trágica tarde; Feli confesó que intuyó una sarcástica mirada en el creador. 

      Cuando Lorenzo, atrapado en una ansías irresolubles, se comió aquella partitura. El director, por todos los medios, quiso evitar que supieran que su hermano, era tratante de maderas en aquella selva venezolana en la que había obtenido un veneno que se diluía en la sangre, tras haber paralizado el corazón. 

        Se dirigió a la carpeta, y junto a la partitura original, mucho más fácil, tenía una foto de su hermano en aquel país. La rompió en innumerables trozos.

       Aunque quedó un trozo reconocible de la marca de la chaqueta, en el fondo de la carpeta.

No hay comentarios:

Siameses y mercader

Siameses y mercader
Zaida, Fernando y