Si se hubiera difuminado el viento, el hilo habría caído a fondo y ella se hubiera escapado por la gatera.
A cambio se hizo boca e iba dando mordiscos a diestro y sobretodo, a Peni que pensó poder navegar en su precaria tabla. Creía, ella, que añadiendo cantidad de vela su desplazamiento sería vertiginoso, pero no había ser humano en 30 metros alrededor que se pudiera acercar a rizarle tan enorme trapo, diría después Peni, durante el atestado. Su rictus, en apariencia cansado, escondía gotas de venganza
Sus manos se aferraron, incluso dañando sus uñas y el arnés desmultiplicó la fuerza del aire y aumentó su capacidad para sujetar aquel endiablado proyectil.
Pareció durante 15 eternos segundos que traspasaría dos ensenadas e incluso un istmo; cuando una racha huracanada deshilacho sus ligamentos y convirtió en un castillo de arena el kevlar de su arnés, atravesó con una precisión quirúrgica aquel bote en el que Armando y Susana despreciaban en su ardor aquel, ahora, tétrico espacio.
Susana enfrascada en los pies de su amante, solo pudo contemplar como se hundía el resto del cuerpo, con el altar de su adorado pene, aún eufórico por el cuerpo y las refinadas maneras de ella.
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