Se acabó su tiempo; ahora puede recrearse en aquellas imágenes con las alumnados sentados, menos aquel torrente que apenas podía pasar diez segundos quieta y el tiempo restante intentando que perdieran la concentración en aquel pesado que no paraba de hablar.
Otras veces, se acuerda de todo lo que quiso explicar y, para que ser fino, no consiguió transmitir. En demasiada ocasiones piensa en que el respeto que les tuvo, se pudo estropear en malentendidos que canallas trataron de explotar.
Pero él sigue siendo maestro, aprendiendo de aquellos y de lo que ahora le ha caído en las manos. Y si, sufre, porque como dice Layla Martínez, en "Utopia no es una isla" se impone siempre, quien continúa persistiendo en lo que quiere conseguir donde exista un orden que es "su libertad impuesta en sus privilegios". Nunca pierden, no tienen prisa porque siempre tienen dinero y un objetivo, este no es la educación pública. Se insertan en ella y logran controlarla; pasa donde en un instituto donde su jefe y parte de su equipo de confianza tienen luego su prole en la privada.
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