En Suburbia entras y notas el disparo de la mirada de Victoria; es repetido a lo largo de los años. Te hiere, crees haber muerto, al tiempo el beso de una mirada rasga el ataúd.
Otro impacto se ha escapado, tienes cierto que se dirige hacia ti; como en los modernos barcos la falta de electricidad en tu reacción te marca como una diana estática. Fácil blanco, por ser su color, tu tiras de él en ese instante, consciente del caos. Prevenido ded daño que el coltán ha hecho en tu cuerpo. La bala se escapa, tu color te condena, no existe camaradería fuera de ese refugio humano que le has brindado.
Allí, en su mansión, te ofrece su condescendencia y pasajeras descargas en la que te dejas atrapar, sabiendo que poseen las espinas en las que te desangras.
Los barrios para blancos en los que se aislaron, no tienen el hormigón del corazón compartido de aquel único instante, donde os redimisteis.
Los perímetros de aquellas celdas construidas para el esplendor de los nuevos tiempos, clausuraron pulsiones, relaciones, con cancelas de miedo y llaves de inseguridades. Una vez dentro, las arrojaron sobre los despojos de mentiras teñidas de inminentes cataclismo y el advenimiento de crueles enemigos, momentos antes, recolectores de sus dulces frutas, para una vida sana.
Sargentos zombies, exhiben seguridad. Un remedo de voces les encumbran ante los ventanales pantalla de aquellas habitaciones con barrotes autoalimentados.
Una segunda enmienda armada de buenos chicos para lugares de crímenes entre camelias desecadas por la vacua magnificencia
Aquel ser refugio anti atómico, extraído por asesinatos selectivos en las costas africanas, sigue siendo vilipendiado por la mentira compulsiva que obtuvo la apariencia de una naranja podrida con envoltura de protector construido por falsos estucos y columnas desequilibradas para sujetar pantallas dinteles con mensajes de saldo
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