Creyó ser digna de pompas, hálagos y agasajos. Fue poniéndose una coraza, mientras se iba rodeando de trepas, insidiosos y canallas.
Empezó a traicionar a quienes le habían dado un voto de confianza. Todo porque le insinuaban que de esa manera estaría mejor.
Tenía la última imagen, rodeada de gente aplaudiendo, eufórica y ella, transparente, poseída por una cara desencajada, la viva imagen del oprobio y de la derrota más contundente que jamás se hubiera visto en un campo de batalla.
Dicen algunos que se veía venir, porque allá lejos, en sus lares y en tiempos otrora, había ejecutado otras traiciones, otros destrozos. Ahora, intuía su desaparición, atisbaba su próxima banalización y amortización. Detrás dejaba un campo yermo, quemado, aún pulularían, por un tiempo, aquellos seres medrosos que la habían animado a la traición y pequeñas tribus, acostumbradas a pasajeras glorias sobre campos de barro, desde el que proclamarían la limpieza de sus actos.
Apenas visibles, cercados permanecían quienes habían sido el centro de las traiciones de mercaderes, filibusteros y ella, que les había dado la llave para entrar en el pequeño reducto. Fiados, porque aspiraban a un mundo mejor, pero avisados por alguno de sus primeros actos, cuando había sido proclamada reina, que no reinona, había cogido los escudos de su honestidad, de su integridad y de la declaración de lucha contra filibusteros y traidores. La puerta para quemar todo lo que había dentro, la habían abierto, pero estuvieron prestos y unidos para apagar todos aquellos fuegos provocados y aun tuvieron el arrojo de subirse a una torre y desde allí, seguir describiendo algunas de las injusticias que se seguían cometiendo. Pasaba que su voz apenas se oía, porque el desierto que se había creado alrededor de aquel poblado era muy extenso. Aún así quien quería escucharlo lo hacía.
Fue gracioso, porque nadie se hubiera imaginado que en aquellas precarias condiciones en la que habían quedado; pero a uno de sus exhaustos pobladores se le hubiera ocurrido poner un bar; ellos apenas tenían recursos y atravesar aquel lar, no motivaba tanto si al final, sólo era un pequeño espacio donde tomar limitadas consumiciones.
Quien lo abrió era contumaz en sus intentos y en su ironía, consiguió, poner dos sillas y una mesa fuera; así de limitado era el local, pero dentro, instaló una pantalla, que proyectaba quienes pasaban por la calle.
Parecía un reducto, como el de Asterix, del que no se tuvo noticias más que por un ensoñador comic, sin mucho que ver con la realidad. Aquí había entrado, aquel día, quienes habían resistido.
Sucedió que a la hora nona, con gran artificio, elevando las cervezas y comiendo una gamba, cada uno de comensales externos, llego un cortejo; la cámara se conectó y empezó a grabar, era fúnebre y por allí desfilaba un ataúd, con solo un acompañante detrás. De un negro riguroso, con una cara compungida, hasta casi producir dolor, pasaba delante de aquel pequeño antro de resistencia, la soberbia y el orgullo que había fenecido abandonado por quienes le lanzaron lisonjas y bravos.
En aquella cara, penitente, se veía la profundidad de la caída y el agujero enorme que había provocado en los demás, pero que ahora era donde se enterraría la traición.
Detrás de ella, camiones de hormigón taparían aquella cíclica victoria de lo establecido. La empresa propietaria con una cierta ironía había rotulado una sola palabra en cada uno de los frontales de sus cinco vehículos
Roma
No
Paga
A
Traidores.
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