En medio del duelo, algo atrajo mi atención, momento que mi contrincante se lanzó sobre su corazón, tuve la suerte y el entreno de haber trabajado esos momentos, incluso con los ojos cegados por varios pañuelos y estando oyendo como el agua golpeaba sobre la losa románica que habíamos descubierto años atrás.
Se había movido aquel animal al cual estaba intentando liberar, pese a creer que había muerto, en extrañas circunstancias, no había existido ninguna violencia hacia aquel ciervo; se despertó y aprovechando la pequeña apertura que había hecho en la trampa que le tenía atrapado, se agitó, la abrió y con una celeridad gatuna sacó la pierna antes de que se cerrará con una violencia que sólo había sido capaz de ver en los jueces corruptos que legislan para que determinados medios y periodistas mercenarios lo repitieran como papagayos sin dignidad durante semanas.
Cuando habiendo tropezado sobre mi pie, el trampero cayó con una violencia tan cómica, como trágica; lo primero, porque fue trastabillando durante al menos 6 pasos y lo segundo, porque al ya dar el último paso sobre un pequeño saliente, que le colocó la punta de su espada, en dirección a su garganta, que penetró con una violencia inusitada.. Miré a lo lejos, por la ruta que había tomado aquel bellísimo cervino que coronaba su cabeza con una cornamenta jamás vista; la portaba con una majestuosidad que incluso apagaba el lugar por donde pasaba, la puerta trazada por dos bellas encinas que eran la puerta para aquel bosque encantado del que nos habían contado tantas historias de mitos, amores perdidos y caballeros enloquecidos que se habían adentrado para vagar durante años, sin querer de aquel lugar que les protegía de su desamparo.
La sangre fluía a borbotones, cada vez más pequeños hasta convertirse en un hilito que se escapaba como hacía tiempo la vida había dejado de iluminar aquellos ojos estupefactos, abiertos, como buscando el porque de aquel final.
Me acerqué a sus oídos y la palabra que le dije, pareció estremecer el último instante de percepción en su cerebro, fue un violento gesto. Después el silencio y esa ráfaga de viento, frío, tan congelador que guardó el rictus aterrador hasta que se lo llevaron; en mi mente, lo tengo anclado, vuelve como recordatorio en ciertas mañanas, cuando las dudas de lo que se acertó o fracaso te encierran en un desangelado laberinto que te encierra, como caídas las puertas para impedirte buscar aquel bosque.
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