Collroy calma a un perjudicado y atribulado Freddy. No hay nada como salir a dar una vuelta o quizás comprar un jabón de limón. No siempre se consigue el objetivo de volver de una manera rápida y directa; los encuentros en aquel Dublin, podían ser una entrada en un laberinto en el que se iba cerrando las puertas para un regreso a tiempo de entregarlo antes de que ella pueda necesitarlo para su dolorida piel y su ardiente encuentro.
Algo quedaba, pensó en el último momento que estuvo sobrio, sobre la cantidad de ese elemento de higiene que podría usar Colly. Con el primer trago de aquella Guinness ya se disiparon todas las posibles excusas que podría añadir. Salió entonces el dios Baco para soltar las amarras de todas las lecturas y vivencias que habían acompañado a mi Freddy, como me dijo su madre, cuando se lo entregué a la mañana siguiente. Acudí a unirme al corro de los libantes pájaros en lo que nos habíamos convertido tras dieciséis horas de recorrer los canales de cerveza que desembocaban en el Liffey, cada vez, entrada la noche, con menos discreción.
Aquel primigenio desliz a la hora nona, cuando abría la pharmacy, que yo creía que había sido fortuito, había estado trazado con una precisión milimétrica por mis congéneres que necesitaban saber cómo habían podido acudir ellos, a las hojas de un libro, que nombraban de forma repetida, como diabólico.
Alegaban que la lectura del Decamerón había sido buscando una introspección en las habitaciones dublinesas que lo aplicaban desde su a hasta el final de su zeta. Buscaban posar su codo, sobre algunos de las barras de los pubs, para aparecer como confesores pasajeros de las más extravagantes entregas.
Conseguido lo cual lo pregonaban, porque no eran lo uno, pero si lo segundo, pájaros cantores de actos tangibles y de realidades que culminaban sueños que se despertaban entre alcoholes y medías pespuntadas en diferentes tardes escuchadas las apariencias de algún receptor de radio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario