viernes, marzo 15, 2024

Cuadros

   Mirabas pasar los días sobre aquel verano en el que el sol golpeaba, en las madrugadas con la intensidad de los estertores del día anterior. Al amanecer, ya las avispas laboraban dentro de un poste del que se habían apropiado y ante cualquier invasión, por muy efímera que fuera , procedían a declarar la salida de su aguijón, con una certera dosis de dolor que acompañaba a la osadía.

 Era entonces, cuando se levantaba el viticultor para intentar descubrir el lugar por donde atacaría el próximo animal, que ya había empezado su labor de zapa sobre los brotes blandos y apetitosos de los incipientes racimos de uvas. Unos meses antes no te hubieras imaginado que aquellas cepas, desnudas, quizás débiles, fueran capaces de dibujar la grandiosidad de los nacimientos.

  Se había procurado un gorro naranja, al igual color tenían sus guantes. Marchaba siempre con el recuerdo perdido de sus anteriores ocupaciones. Al levantarse su mano había dibujado un corazón, con la precisión y profundidad del tiempo compartido la noche anterior con su amada. Había tomado un café fuerte y una magdalena, pero no habían sido capaces de borrar el sabor a ella y los olores de ese tiempo.

   Si el tiempo seguía así, y las exigencias de quienes eran los dueños de aquellas otras tierras que trabajaba aumentaban, tendrían que salir de allí. Ya no servía lo que sacaba de aquella viña.  Uno de los hijos del patrón, había pasado de niño a joven y había aprendido que el no tenía sueños, sólo deseos y que a estos se les imponía muy pocas cosas.  Su mujer había empezado a ser mirada con una lascivia venenosa y, por ahora, ella, conseguía que aquel imberbe se corriera para su propia vergüenza al sólo mirarla y ella realizar dos acciones done se insinuará toda la belleza que encerraba.

 Sabían ellos que ese silenciosa derrota, no aplacaría a quien es alabado por un padre que posee el tiempo de aquella pareja, que desde antes del amanecer habrán dado de comer a 90 cabras, las habrán enfilado para el pequeño terreno, sediento y antes habrán puesto a las cabritas en disposición de ser amamantadas.

  Hoy ha acudido el hijo mayor, no puede ir al colegio. Tienen que dar un dinero y este les he negado, unas veces, y otras, retirada una cantidad no menor, por la casa y los alimentos que les procura.

   Será dentro de dos semanas. El billete está comprado. El silencio en la familia, fue roto por el pequeño de siete años. Siempre dicharachero y entusiasta por los nuevos descubrimientos. Aunque no se le había dicho nada; pero salió la palabra espada y y en un acto reflejo dijo, ¡ahí va España!,  el nacimiento de un nuevo ternero y la atención que necesito tanto de su padre, como del patrón, hizo que el primero dijera: ok, España, le llamaremos así, por lo que aprendiste ayer en clase de historia.

 Refunfuño el segundo, pero la cabeza del ternero ya estaba apareciendo  y el tener que deshacer un enredo que se había producido hizo cambiar de tema. Ramón, el padre, sabía que el patrón tenía un libro de anotaciones en la cabeza y en algún momento volvería sobre la exclamación de aquel niño.

  Ya se habían sucedido otros veranos así; antes eran más espaciados, pero ahora la regularidad de los últimos años, en esa contundente sequía hacía que los muros de las grietas de la tierra que clamaba ¡agua!, fueran lugares que te pudieran producir el esguince de tobillo con el que caminaba a duras penas, bajo los primeros rayos de sol.

  Se había ofrecido Julio, el hijo, para hacer la tarea, pero el padre quería que todo siguiera igual, hasta el último día, hasta el instante en el que aquella familia de explotadores, estuvieran celebrando, una de sus fiestas de puesta de largo de aquel proyecto de continuidad, sin más mérito que el lugar en el que le había parido, una cama de dos metros, con unos encajes traídos de España, que es lo que aclaro el pequeño, que había oído de su madre, cuando aquel ser inmundo volvió para preguntar, por aquella palabra que había oído el día anterior.

   El pintor se halla sobre un pequeño saliente que le permite ver toda esa mies que con forma de boca abierta trata de coger alguna gota que se escape del rocío que huye del primer rayo ya abrasador. Aun lado, observa el cobertizo del que salen como autómatas, mujer y niños y  enfrente, a lo lejos, en una caserío que parece recreció un promontorio como parte de su grandeza, está la familia que poseen todas aquellas tierras que alcanza a contemplar el pincel que busca los trazos distorsionados que evoquen tanta desigualdad.

  Aquellas manos diseñan un barco sobre el que viajan todas las inabarcables tierras, pero que marchan a la deriva porque ni para unos, ni para otros, las esperanzas son eternas, cuando durante años, los dueños soberbios, seguros de la eternidad de su fortuna esquilmaron y talaron los bosques que les rodeaban y que permitían a los hombre y al terreno, tener sombras para alivio de unos y otros. La imagen de Ramón que e ha trazado en el lienzo es la de un ser que se levanta y estira para buscar fin en aquel océano de espigas empobrecidas por el poco grano. Por un momento, el pintor ha imaginado a un Ulyses que se ha desatado del mástil que es esa tierra que le tiene sumido por las voces del pasado del que debiera cumplir un destino que le lleve al Hades. Quisiera el personaje ya alzarse para emprender un vuelo.

   Se le escapó al dueño, muy cuidadoso en dar señales de sus momentos de debilidad, que mañana no acudiría para ayudar en el nacimiento de lo que pareciera sería el alumbramiento de dos nuevas cabrillas. Lo dijo delante de la mujer a la que se dirigía con arrobo, pero con la superioridad de quien tuvo un trofeo. Ella sonrió y le devolvió una mirada para dejarle claro que nunca fue suya y cuando cada una tomó su camino. El de ella, era ultimar todos los preparativos para que ese mismo atardecer fuera el último que su familia pasará con aquellos poseedores de cosas; nada que tuviera que ver con ella y los mundos que ella diseñaba con la precisión de un orfebre que cada día daba un mínimo regalo a los seres que amaba.

   Un Sol que pareciera derretirse el mismo, se aproxima a su cenit; todo el rebaño se había vuelto a aquellas parideras que parecían plañir por agua, según la visión del pintor, era el momento del comienzo de la fiesta, en aquella piscina que había robado sus aguas a un manantial infernal, por su profundidad y, por el otro lado, como un moderno Job, empezaban de forma torpe, pero firme, el exilio de la familia de Ramón.

   El destino era una barca en la que se había dibujado el propio pintor y que le llevaría a atravesar azarosas tempestades, no se sabe si encontrando un puerto de destino o unas profundidades donde enterrar las ilusiones de ser.

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