Los tresillos se enlazaban en cadenas por las que se transportaban olores de los brazos sudorosos que amanecían saciados.
Había blancas que calmaban el horizonte de incendios de los sueños; la protegían con sus aguas de dulces hilos de voz, sus palabras de contracorrientes donde descansar de las rampas vertiginosas por donde se escapa el tiempo y sus enormes piedras de gestos atemperaban incertidumbres de malos entendidos
Cruzaban los dedos sostenidos y bemoles sobre los diferentes balcones; desde unos para ponerse de puntillas y cruzarse fluidos desde lenguas sin idiomas y desde otros, para rozar la tragedia porque el abismo era el suelo en aquellos desequilibrios que encerraban plenitudes.
Cuando llegan juntos unos y otras creías haber caído en una trampa que empiezas a deshacer con la exploración lenta y amorosa de cada posición que es descubrirse
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