El tiro fue bueno, pero volvió a no entrar la bola.
El entrenador tenía un universo en su mente, emprendió una inmersión en él para exorcizar esas oscuridades que les hacían fallar una y mil veces, a sus jugadores. Comprendía que sólo era cada momento el que matizaba las diferentes grietas. En otros días y con otras circunstancias, los obstáculos que les crecían en ese día en particular, con un portero convertido en pulpo, eran minimizados por aquellos, mismos jugadores. Parar el tiempo para que salieron de ese embrujo en el que habían caído, era su labor. No, no era fácil, cuando un gigante se aparece en una pantalla que no puedes apagar, no sabes encontrar esa pierna que tiene un apoyo que no le permitirá parar el balón, ni una mano que ya no puede volver de donde se acaba de ir. Todo es masa y no existe movimiento porque ya está llena y todas las habilidades que parecían impresionantes en los lanzadores no pueden entrar en esa pared que se ha instalado en sus mentes.
Quienes alguna vez estudiaron por aprender y quienes lo hicieron para que ser alguna vez, por ejemplo, juez, no se habían presentado a una oposición, con un jurado ecuánime defendiendo un supuesto donde a una persona que denuncia por ser acusado de terrorista y narcotraficante, se le diría que se tiene que aguantar porque un contexto social y político lo admita. Muy seguro hubiera tenido que estar ese juzgador de que todos en el tribunal están a su favor para presentar esa infamia.
Años después, ya aprobado, creemos que no defendiendo esa canallada, en el funcionamiento de su trabajo si que lo puede defender.
Nos surge la duda de si el estudiante que ahora se prepare, se lanzará seguro de controlar a quien le juzga, a defender ese insulto a la inteligencia o si quien entra respetando las leyes, puede mearse en ellas sacando la chorra que ya le dijeron que podía enseñar por haber estado en alguna posición de privilegio, sabiendo que muchos, se la admirarán porque es de los suyos
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