Miro por el retrovisor y se escapa una foto. Ellas necesitaban fotografiar la salida del sol y el color que daba a las nubes. Esta tarde era la caída del astro la que teñía el azul de día que se apagaba; tenía tal poder en esa limpia atmósfera del campo que daba trazos de un naranja intenso a todo el horizonte que pugnaba por eternizar ese instante como una foto en mi retrovisor.
Cuando he llegado a mi lugar de destino he interpelado al cristal que había contemplado tanta belleza, pero ya fuera por cansancio o porque existen días, en los que no está uno para bromas, se ha querido materializar en las descripciones de océanos y universos esbozadas en mis palabras, pero estas, no tienen en su paleta, la gamas de matices que fluía sobre la tela de un cielo de Enero.
Una campesina, aparece por allá arriba, levanta su mirada del surco que está preparando y con una mano se seca unas gotas que recorren su frente, sentimos que sus ojos nos pueden mirar pero parecen atravesarnos para buscar más lejos. Allí donde las mentiras sobre la naturaleza se volatizan y entonces aparece la verdadera necesidad de cuidarla, fuera de la dictadura de los productos que parece nos abrirán las puertas a un progreso sin fin, impoluto, obviando que nunca podrá ser en el campo que ha sido inseminado de químicas, que se depositan en aguas, para el resultado inmediato
Sonríe la grácil azada, manejada por un corazón que ve los cardos, de cuidado, las acelgas, alfombras mágicas y los brócolis, copas de helados sin mantas.
Las semillas, no es su tarea, las deposita en sus clases, entre el alumnado. Algunos ven que les cae algo y se sacuden, mientras en la pantalla ve la última batalla para el fin del mundo. Otros, la miran, la escrudiñan y cuando la van a probar, soplan con el último gol de su equipo al que no pueden dejar ni en un amistoso; un perro la olisquea y marca su terreno, a la que que esta acción desinteresa al alumno que se aprestaba a seguir explorando.
Entre otras vicisitudes, van quedando cada vez menos, pero una desnortada alumna, así la cree su profesor de Educación Física, va dando vueltas desde el césped hasta una colchoneta que arregló un guarniciero que nos permanece; allí se topa con la semilla, la coge, la besa y vuelve para atrás para deslizarse por una hierba que la peina y en la que encuentra un espacio, de donde quita parte de su tierra, sin que esta deje de latir y abrigar a algunas hormigas que andaban por allí y dos o tres orugas que horadaban para mullir una tierra en la que recoger parte de los que los vientos nos envían.
Ella, la campesina, ha bajado después de cuidar el atardecer y se ha sentado frente a los charlatanes. Les deja decir, pero tiene abierta la puerta de la incineradora para las sandeces. Siempre se puede aprovechar, hasta para protegernos de la tormenta.
El refugio tiene la vuelta abierta, la chimenea recoge y expulsa los malos humos y cuando el cansancio llega, nos caemos rendidos porque ella nos cuida y nosotros, la queremos, por ella, y porque es una maga. Existen días donde creemos que todo se deshace y entonces su pentagrama se deshace para darnos calor entre sus mantas.
A aquellas les iba a decir que hicieran la foto del horizonte, pero vista desde la gota de sudor que recorría el bello rostro con sus inacabables latidos que provocan maremotos para despertar de las impotencias
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