Un paseo por el bosque de Negranieve que había sido reducido a sucias mezclas de barros y cenizas, te pegaba a aquellas tierras, sin que sintieras que eras parte de ellas, sino esclavo de sus incendiarios. Los pies estaban tan fríos como las negras ilusiones que habían ido chocando con piedras en punta y cubriéndose del cieno de urbanizaciones de lujo que cuidaban muy mucho que sus heces no aparecieran en sus entradas de escaparate.
Cien, así se llamaba aquel rico que, de sexta generación, que seguía cobrando réditos y generando odio, transmitía su penúltima sentencia sin ninguna responsabilidad y a través de la cañería que tenia habilitada entre aquellas excelentes mansiones que habían enraizado tanto como los seres humanos satisfechos, cegados que utilizaban los tubos como un telescopio, sin mirar lo próximo que tenían fuera de su foco.
Repetido era uno de los hermanos de Cien, que como los otros cinco hermanos, no dudaban en soltar sus asfaltos, sus carbones, sus banderas por esos desagües que afloran allí, en la charca de los cerdos salvajes. Había motivos, muchos, para no entrar; la propia naturaleza se había preocupado mucho de apartarte de aquella bazofia. Pasa que, a veces, porque eres dios crees que puedes colarte por un agujero para contemplar todo lo que expulsan. No crees que te atraiga sus formas. A sus exhibiciones con los años, le fuiste quitando importancia. A sus maniquíes, les desnudaste. Repetido y Formas creyeron que serías de ellos. Vacuo lanzó bellas nadas y Simples, Engreído y Traidor se miraban de cómo se ahogaban en sus mierdas, quienes les pensaron referencia
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