Fuera de los Pantalones es uno de los personajes del libro de Tom Spanbauer. Yo le conocí cuando escape de aquella mina en la que me habían esclavizado.
Alma me tuvo en su cama; luego, cuando vi lo que miré y no acepte mi espacio, decidí que subiría a la montaña para encontrar mi pasado. Salí una noche, habiendo cogido lo que me pertenecía y tras ver como ellas hablaban y se besaban en un orden indefinido. Cruce la noche con miedo porque lo que me iba encontrando me parecía menos peligroso que la ira de aquella que primero me había cogido entre sus sábanas.
Había visto como había cogido el bisturí de su vestido verde esmeralda, como las aguas del río Tajo; su cuerpo se curvaba como me derretía en mis ansias por ella. Sus pezones culminaban unos senos que daban un resultado perfecto. Habíamos pasado juntos tantas noches, que el conocimiento había aumentado aún más, el deseo de no poder dormir en su cama. Tenía no muy lejos, una choza, donde si podía descansar y dormir.
Ese día, se impregnó de primavera y sabía que quien la visitaría, era tan importante como víctima, al menos, durante el tiempo que estuviera bajo aquel influjo.
A mi, que no sólo había sido un esclavo para extraer un oro que volvía loco a tan diferente gente sino que algunos de ellos me buscaron para que les satisficiera como sabían que no lo habían recibido en toda su asquerosa vida de represión, aquella oportunidad resultó ser única para salir de un círculo que tenía muros de costumbres y miedos sin llaves. Me toque mi polla, no por ninguna necesidad de satisfacción mañanera sino porque al lado estaba la bolsita que había aprendido a agrandar con las pepitas de oro que iba pudiendo retirar. Cuando estaba a punto de escapar, se organizó una nueva pelea, no por quienes estaban en los alrededores, sino por aquellos a los que si estaba permitido entrar y salir para imponer su orden. Habían cogido a alguien en particular, aunque lo golpearon de forma muy general, de tal manera que cuando se lo llevaron pensaban que estaría en algun arcén donde, de vez en cuando, cuando lo recorría, aparecía tierra removida, aunque me habían enseñado a no darla otra vuelta porque decían que eran arenas que removían los espíritus de los Avernos.
Por dos o tres cosas que volaron y resplandecieron cuando estaba siendo pateado aquel ser, supe quien era, porque nos habíamos cruzado tres o cuatro veces los últimos días y habíamos descubierto que veníamos de aquel río porque sus ojos eran tan verdes, como transparentes las aguas de un verano en las pozas del Tajo.
Cuando hubo una cierta calma, salí, no sin antes recorrer, entre las sombras, las calles de aquel sitio tan lleno de trabajo, emociones y satisfacciones. La luz de la ventana, por la que antes me habían asomado a oscuras, se eclipsó cuando ella se asomó, fumando, lanzando un anillo que se coló en mis recuerdos de abrazos y exploraciones. No pude resistir más, lo cogí y me lo puse en los dedos de mi memoria.
Salí sabiendo que aquel tiempo sería irrepetible. Arranqué la raíz y me dispuse a ser un seto del desierto que podría ser arrastrado a muy diferentes sitios, sabiendo que no pertenecía más que a ellas, y su forma de enfrentar la vida
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