No encuentro las palabras que subrayé cuando leí aquel libro.
A cambio, cuando subo por las escaleras de su casa, tropiezo con sus manos que son la barandilla y con sus ojos que me guían hacia el piso justo. Aquí, como en un cuadro, le han dado una luz de azules y una sonrisa que derrama empatía abre en el descansillo un corazón acogedor. Empiezan a colocarse aquellas palabras olvidadas; eran de un autor que no la pudo conocer, pero parecía la hubiera podido amar.
Allí, donde había aparcado mi ánimo, para descansar con mis inseguridades y los miedos que me habían alejado en otras relaciones, se van calmando los pies, las manos se elevan por una chimenea de la que sale la pasión, la cabeza se hunde como recogiendo cada segundo que se ha caído en el tiempo y, la luz se apaga.
Olvido el interruptor y permanezco silente, inerte, la memoria que retiene cada poro de su cuerpo, recuerda un día de invierno, un río con hielo en las orillas, una inexperiencia gigante y un agua que acogió una de mis innumerables caídas. Suenan dos vueltas de llave y una puerta que se abre, una luz lejana enmarca los contornos de ella y enciende todo mi cuerpo para alumbrar un zapateo mínimo, ventear el aire con unas manos heridas por la ausencia y levantar la cabeza para encontrar el camino al faro de su mirada.
Me desprendo de mis pesadas cargas de miedos a ser abandonado, sin haberme dejado ser acogido y sin yo haber luchado por asumir mi parte. Subo el telón que esconde las comodidades en las que me he ido adormeciendo. Derramo las aguas con la que me separaba de ella, quito los grilletes en el que me había anclado y desde aquel ritmo inicial, bailo, 1, 2, 10, 15 segundos.
Mi cuerpo sale a altamar, por entre roca; pero ha perdido el miedo a encallar. Ese espacio, tan mínimo en muchos edificios es el escenario de nuestro nuevo encuentro.
Ella desliza palabras para un canto y yo en mis movimientos, recuerdo los caminos imposibles por los que me encontraba con la belleza, como tras aquel recorrido y aquellas caídas en el agua, el grupo comía sobre una tela de araña que me anuda a aquel momento y aquellas compañeras.
Nos vamos acercando y nos descubrimos en una chalupa, remando juntos para llegar a una orilla. Cuando entramos en el piso y nos fundimos en una cama; aparecen en su orden las palabras subrayadas, olvido y nazco
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