Sweet Carolina, pa, pa; y ya no sabes si las ondas se van a cortar o empieza el baile hasta conseguir crear una coreografía que vaya usted a saber por donde podría completarse.
Todo va un poco lento pero eso no quiere que el tranvía no tenga puesto los railes. Cuando suenan los primeros pitidos; está casi todo preparado pero la locomotora la tienen que poner en marcha cada una de sus piezas. Por cierto hablando de ellas. Estaba una suelta y parecía que poco engrasada, siempre chirriaba y lo más grave de todo parecía que el oxido había tomado y dañado cualquier posibilidad de que pudiera volver a ensamblarse junto con todo el equipo. Fuimos felices cualquier observamos que todo parecía ayudar para las suciedades se pudieran limpiar y todo lo demás pudiera esperar esta acción.
Darse cuenta que estábamos con un significante espacio pareció ayudarles a motivarse para ser parte de lo que parecía un incierto proyecto. Cada gota era el comienzo de un pequeño manantial y cada componente tomaba conciencia del respeto al otro, para tratar de ser medido en sus acciones tanto en la duración, como en la forma porque cualquier acto individualizado por falta de atención, poco cuidado en la ejecución o utilización del momento inadecuado para entrar en acción creaba una rotura en el conjunto que era un abismo por donde se tragaba toda la ilusión que podría tener el director de la acción y quienes creían en aquel nuevo lenguaje.
En una piedra inscribí su nombre y el tiempo y las aguas lo fueron diluyendo; quedó la memoria que había ido penetrando en el granito y el infinito que duró lo que aquella mente pudo guardar de la calidez de su mirada.
Había vida con el agua y en ella. Sucedió que se fueron descubriendo quienes frotaban, quienes se hundían, los que entre se refrescaban mientras buscaban orillas en las que posarse. Todos se iban completando y el río sentía el orgullo de encontrar tan diferente habitantes.
Entonces, se hizo el silencio, quien conocía lo que quería, por fin se calló y aquellos seres fueron complementándose
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