Siempre hacia el mismo camino, con el mismo cronómetro. Un día, bien y algunos días de humor. Un ciclista nos saluda por las galeras: ¡Eh chavales! Como una bala va. En los tramos más duros, le cogemos, le pasamos y le damos ánimos. Silencio, se masca la tragedia. Íbamos desde Guada hasta la mitad. Un alivio para él, supongo. Años de esplendor, de desafíos, de ataques. Pasado un tiempo, correr para descubrirte que puedes, para buscar caminos. Meterse en una piscina olímpica de jabalíes. Ponerte nervioso; no encontrar la salida, todo lleno de zarzales, volver sobre los pasos para no molestarles en su hora de baño. Algunos, cuando quieren bañarse, muerden.
Luego ya, olvidarse, verla en tu ruta al pueblo. Todo como una anécdota.
Hoy, volver para recordar al amigo, para descubrir que una montaña tiene tantas sendas, caminos, que enamora a los Manolo, los Luis, Los Janson, los Charly, Dario y abrazó para acogerlo a Raúl. Venas en senda que dan vida, que producen incertidumbres, nada de competición. Amar sus montañas, como forma de diálogo, entre ellos, consigo mismo, con la grandeza de la naturaleza, viva, escurridiza, acogedora de superaciones y silenciosa retadora.
Un camino, una senda, una cuesta al infinito y no le podemos tocar, pero como las estrellas de Huetos, nos hacen amarlo aunque al asomarnos para cogerlo y unirnos vemos que existe un abismo que nos separa. Las vemos, le sentimos, y como las estrellas fugaces, seguimos nuestros caminos, sin ese abrazo imposible, pero celebrando que es parte de nuestras ilusiones.
Y en esos hilos que nos sujetan como una tela que tenemos por sus innumerables sendas, vamos encontrando mucha gente que se unió a esas búsquedas personales por la Peña Hueva
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