Voy andando por la salida de un colector en una población que en este tiempo se dobla en número de habitantes.
Un año en el que ayudé a preparar el triatlón de Guadalajara ví que se arrojaban se aguas residuales a unos 500 metros de la última casa. Pasaba que el embalse estaba tan bajo que aquella mierda fluia y bullía por allí. Daba un poco grima, por lo que traté de trabajar lo más lejos posible de aquella aparición tétrica e insaluble. por aquel entonces, me sorprendió que había mucha gente que atravesaba aquel espacio con suma familiaridad. Como diría aquel, quien soy yo para decir nada a quien se cree divino, caminando sobre la mierda.
Repitieron algunos, no recuerdo muy bien su cara pero iba pulcra y se hacía interesante de contemplar. Me pareció un contrasentido que atrajera por un lado y que sin embargo, produjera tanta repugnancia. Una lección de vida.
Puedes mirar estos días las teles, pero ya también, las redes que te muestran las excelencias de tal o cual personaje. Te quedas prendado de sus ropajes, de las luces que les proyectan y de la contundencia en la seguridad de sus afirmaciones. Pocos encuentras estos días que te produzcan esa sensación de plenitud, pero las hay.
Cuando visitas sus feudos, te guía un hilo conductor, invisible, como ajeno a cualquier imposición pero que tras tres visitas, se te hace reconocible. Tu que siempre has sido de coger alguna que otra calle oscura, para encontrar un bar italiano estupendo o un local abandonado donde has leído que se produce la música electrónica más moderna de esos días, en la que luego será la capital de esos sonidos; ahora te ves en las vías de un tren de la Bruja, que trata de sorprenderte cada día, con diferentes coloridos en los trajes pero que te das cuenta que la ruta no varía.
Un día, cansado, en cierta manera feliz porque el día anterior, con el kayak, y por primera vez tras mucho tiempo, con el balón, te has dado una sesión de giros, de controles orientados y al final surfeado un poco; decides que tras los primeros pasos de rigor por la vía de tren, en un intercambiador, te quitas las ruedas que giran para volver al mismo sitio y con tus pies, te lanzas a un tobogán sin fin. Nada está escrito, ni el colchón de la historia te amortiguara.
La música, tan igual, tan diferente cuando quieres conocerla está en el origen de los alocados actos que te guían. Las calles se han han hecho más oscuras, estrechas y se ve que el servicio de limpieza aquí, no ejerce su función.
Parecía que la tristeza es el adorno final que quieren poner a este lugar que le podríamos llamar el paradigma de la pobreza. Nunca nos dejan pensarlo pero este lugar parece el colector que intentan alejarlos de los lugares sublimes de convivencia donde los grupos lucen sus mejores paños sean calientes o exuberantes; de esplendor más que luz. De continúo nacimiento más que de reconstrucción.
La maldad verdadera es que se hable de esos bellos lugares, momentos y espíritus y tengas a La Cañada Real, en las condiciones que dice, quedaría la ciudad: oscuridad, pobreza, tristeza.
Todo porque detrás existe una gran trama de especulación para rentabilizar los terrenos de alrededor.
Pasa como la ley de secretos oficiales. Una sociedad que no debe conocer sus lugares de podedumbre durante 50 años. Como si tuviéramos que vivir guiados por unas fuerzas que como único símbolo de libertad es que nos liberaramos de los golpes que nos pueden dar algunas de sus brujas que nos colocan en el camino
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