Siento un cierto calorcillo en este pueblo noruego. Estaba seguro que mis botas de esquí de travesía serían la constatacion de mi soberbia en el uso de un dinero que derrocho.
Hoy, meses después, sobre ellas, y apoyado en los bastones miro un horizonte blanco, sobre una oscuridad que amplía su tiempo día a día, atardeceres con su sábana que se opacan.
Gudjossen, con barbas y la misma camisa que yo uso para ir a serrar en el bosque cercano a mi domicilio en los montes de Teruel, se dirige a mi acompañante para conseguir un cigarro. Nada hace presumir que será el detonante de un viaje extraordinario. En nuestra tierra, no se conoce esa palabra y los gestos del noruego llevándose una y otra vez la mano a la boca, nos provoca una agresividad, con la que nos aproximamos a su chalupa.
Él duda, pero se aviene a guiarnos hasta los caladeros de salmón en la Islandia de las rebeliones contra la banca.
Sin darnos cuenta habíamos emprendido la travesía en una embarcación que se dedicaba a dejar los datos confidenciales en Svar al bar donde en las condiciones adecuadas se podrían mantener al margen de los calores de las más siniestras conspiraciones. Fuera un pez o un anzuelo, parte de la información de una de aquellas expediciones se había adherido a la madera y al darnos cuenta la fuimos extrayendo de ella y dejándola reposar en nuestros cuencos de madera de haya, encontramos la antrajosa vida de un miserable.
Ni en lo oculto, tenía dignidad, como la iba a chupar esa cualidad , en lo visible, era una pregunta que no tenía objeto.
De un cinismo se alimenta la canallesca, pero no vayamos a pensar que esta palabra nombra al pueblo. Son esos poderosos que les ponen un establo al criminal para que este allí, coma y se engorde hasta quedar satisfecho y erupte cualquier ventosidad que no le ha dado tiempo a salir por otro agujero de uno de los dos culos por los que se sacia.
El dinero, cuantioso, para vidas mensuales, a quien lo posee para ser idolatrado y conducir sociedades, le supone un segundo pagado de su riqueza, que incluso se lo desgrava.
Al hacedor de preguntmierdas le hace gracia que una ministra pueda llegar a llorar, que otra mujer se pueda suicidar, por cuestionar la honorabilidad de su marido, con la aquiescencia de adictos al poder con el que sirven y se sirven o que alguien no encuentre palabras para calificar la hijoputez de una bazofia en interrogantes.
Cuando quisimos regresar de aquella grandiosa isla, deseamos que en el horizonte que dejábamos pudieras enterrar al que encontraríamos alimentado puñales, por si en un acto de dignidad, se imagina en Japón, dónde iremos.
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