Un baile puede empezar a una impredecible fiesta. Tú le das un like a un sorteo y este te introduce en el bombo. A partir de ahí, puedes quedar embarazada o en el expectativa de destino.
Es entonces, cuando te acuerdas de tus clases de ballet y le preguntas a él si el fooxtrot le abrió horizontes en aquel país rodeado de montañas.
Te mira de abajo al medio derecho con una cara circunspecta como si aquel instante no debiera haber pasado; te cuadra, coge tu baldosin y le dices: mucho pareces saber para venir de aquel lago. Él, ofendido, se la juega todo a un giro sobre la historia, siempre más volátil que la pequeña baldosa; esta, orgullosa de su ser, pese al tamaño del Empire State Building, le ofrece la fluctuación de apoyarse en vacíos. Se ríe taciturna, mientras quien piensa que una buena sesión de country daría paso a vasos de dedos fundidos por besos y manos sobre una espalda a la que molderia en las entrañas hechas simbiosis.
Nada es fácil para todo eso. Nos sucedió un tiempo que nos ánimo a huirnos. La tentación fue tan grande que las carreteras parecían fundirse a nuestro paso porque el mañana no tenía la zahorra de cosas pequeñas. Y alguna nos dijo que incluso contaminabamos con lo aportado
Vivimos en un Titanic y en el baile al borde de la proa, tras deshacerse Iceberg vimos pequeños puertos. Hoy, atracamos y bajamos a tierra firme para danzar nuestras torpezas. Revolution plays
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