Con el tiempo, el silencio se hace más adictivo. Miras muchas cosas, por tu cuenta. No ves grandes relatos que te señalen caminos sin obstáculos. Es la edad.
Un árbitro se muestra inflexible con mi colocación dentro del área. Le he dicho que la cremallera se me ha enganchado y he manado por ese espacio para que no me dijera que lo había pisado. Creo que se me ha mosqueado, y me saca la tarjeta verde, yo le he dicho que por mucho que lo afirme, el gas no es verde, ni lo nuclear. No parece que esté mucho en el tema, pero se ha avenido a acudir al VAR. Un desbarajuste porque se ha salido del recinto y a la primera cerveza se ha dirigido al público con claros signos de braguez. Su niño le obliga a que acuda a estos eventos embriagado. Él lo hace embragado, hace tiempo que no sale al campo y los olores no le dice lo que siempre le susurró: este tiempo es extra, por todas las pérdidas; de balón, de tarjetas, de camisetas que se la quitó para celebrar la transición y se la ha quedado el perro. Éste, con muchas ganas de hacer honor a su madre, con una vida muy perra, ha pedido que se la firmarán todas las triatletas. Por último, se perdió tiempo porque la madre del árbitro preparó una paella en mitad de la carrera a pie. Un lío, todos pensaban que eso les restaría atención. Pero el tueste final, les hizo desistir de otras empresas y estas, abandonadas, han sacado la bandera blanca.
Hacía mucho que su soberbia se imponía. Ha sido encontrar la statione de l'amore viene y va. Hoy, el árbitro se ha desnudado y le ha dicho al papanatas del traficante de noticias me vas a comer toda la electricidad que podíamos haber pagado a un precio mucho menor.
El periodista, sueco por lo que se hace, le ha dado por hacer la gracieta. Muy dado a quedar muy por encima siempre.
El árbitro le ha bajado con la excusa del micrófono y le ha dicho: a mamarla.
Mundos al caos. Mi sociedad lumitosa
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