Igual que algunos lanzan una carretilla con tan mala cabeza que se exhiben ante un público tan entusiasta como inconsciente. Otros lanzan el as de copas para una salida de guiñote que produce un terremoto en la partida, y sin embargo, mientras vuela la carta hacia el tablero, un agujero negro nos invade. Por una mente, ha pasado un recuerdo, no es un hecho baladí. Se agiganta con 5 pequeñas personas y en el planeo de la carta viajan para pasar un mes de vacaciones. Cada una de las hijas, es una sección de un imaginario gran almacén: los regalos a familiares, la comida, la ropa, un nuevo mantel y los juguetes. Padre y madre, coordinan el desembarco. La carta asciende ingrávida, extiende su área de influencia, parece imposible que pudieran caer pronto; la gran copa quedó preparada el pasado septiembre y son ellos, los afines que se quedaron en la tierra los que se responsabilizaron de cuidar las viñas: las vendimiaron, las embotellaron y cuidaron su correcta fermentación. Por el paladar viaja el primer sorbo que lleva el amor entre la familia.
La carta, el as de copas, ameriza en una lágrima que por pudor se esconde al público.
Ese acción causa revuelo. Nadie tenía prevista la llegada. Los trajes estaban hechos, o para tumbarse en la playa o con un cierto esfuerzo, levantarse para jugar a unas palas colaborativas.
Ya posada en el paño, "carta en la mesa, presa", acontece un tsunami. Los contrarios están a resguardo en el monte de al lado. Al compañero le ha pillado "en pelotas picadas"; como acto reflejo se lleva las manos a ellas, con lo cual las cartas, en sus mano, vuelan, se atropellan; unas se elevan y se balancean boca abajo, rey de copas. Otras se desparraman como un merengue aplastado. La una, sube la cuesta hasta el pecho de un contrario, la sota de copas. Si, se han enterado, llevan las cuarenta. Dos, han caído boca a abajo y, porque sobra una mano, con la desocupada, las coge. La que queda, crea un conflicto diplomático. Una espectadora, mi mujer, recibe en sus senos, la carta restante. No son cosas menores para estos tiempos, pero, mirándome, acierto a decirle como le dijeron a José Martí Gómez, cojala usted y si tiene que palpar, será una necesidad sobrevenida. Si no se repite, no se soba.
El as de copas, me descompone como el alcohol en boca. Cuando creo que la gran ola ha destruido lo edificado, el equilibrio de nuestro "mundo guiñote". Miro al frente, para reconocer los ojos de mi compañero. Nos abrazan las miradas cruzadas de nuestros oponentes, y todo funciona como las lianas que utiliza Robinson para alcanzar otras orillas.
Me callo, aprendo; existen rutas, escarpadas, sinuosas, con cráteres, sólo pueden ser recorridos con el compañero, con los contrarios. El muro de tiempo se deshace, los instantes restantes se adormecen sobre cuatro silla y una mesa. Brillan lo que fueron, sobre cuerpos labrados en inviernos y veranos. Las primaveras se las visten cuñados e hijas y a los otoños los dejamos vestidos en sus colores, que esperan volver a nacer al siguiente día
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