Me díce viejo, el tamaño nabo de boludo. ¡Qué se habrá creido aquel asiento que casí fue defenestrado por aquel culo pomposo y agriado en sus expendedurias.
Tamaña carne nunca había sido juntada para ofrecer un conjunto tan miserable, coronado por ojos temerosos de ser reconocidos como una marioneta a la que habían coronado con mis cuatro pelos; porque eso sí, yo le podía considerar como un mequitrefe, por su mirada, por su seguidismo y porque eran expulsadas de sus pulmones, palabras que previamente había sido conducidas, como rebaño sin pastor, hasta las postrimerias de sus comisuras desde las cuales caigan pegajosas, despreciables por saberlas sumisas, y deleznables por la cantidad de traición que anidaba dentro de sucarnosos labios, entumecidos por tan insaluble boca.
Cuando me dí cuenta, su cuerpo, de espamódicos movimientos, colgaba risueño de un impoluto mandamás que enseñaba a su perro; ese hombre llavero que cualquier día le podía servir para ser chupado por su can; como postrero servicio en su aportación a una sociedad a la que había traicionado.
Soño salir en las "mass medias" para mostrar la grandeza a la que había llegado. Encontraba las palabras de asépticas verdades encapsuladas, inyectadas en nuestro culos en pompa con el que quedábamos tras bajar nuestra cabeza para examinar las pedorretas lúcidas con las que sembraban nuestros senderos asaltados por malezas alimentadas por semillas inseminadas en odio.
Como me dijo la señora que vendía sus humores: ¿semejante trapo en el que escriben sus amos, debía ser mostrado al público?
Aquel muñeco, ocupado por miesmas de poder, había salido a lucirse con palabras. A los míos, ahora, les enseño a jugar representar tanto la grandeza como la intriga; la implicación como el futuro glorioso. Cuando les doy las normas les digo, juega con tu cara, con tus gestos empezando por recrearte con vinagre en la boca, mientras describes el cielo azul de una primavera que estalla en órgasmos de encuentros renovados.
Yo puedo insinuar, pero en la batalla sós vos.
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