Sabía que debía alejarme de esa patraña, sobre todo porque en aquella época había estado libre por la mañana y todo llevaría a mí.
Conjugué posibilidades y marque el número de teléfono. No se lo espera mi peluquero que en esos momentos, pese a mis prisas, dijo que no se privaba de comer unos espaguetis "al dente"; yo, como para hacerle la comida indigesta, le dije que yo era el hijo del Mayoral. Oí su arcada, porque él, en su suficiencia por dejar mi poblada cabeza a su criterio, siempre me había creído, incluso más mayor. Maldito endemoniado, afirmó, cuando sintió que todo el ardor producido se lo había calmado un "almax para su neurona".
No contento, me puse a contarle una historia sobre mi pelo que había sido ensortijado y meano. Le dijé que hubo un tiempo que aún en esa exuberancia prescindir de él, de los suyos, los autosuficientes peluqueros que parecen tener todas las leyes, incluso de la física, a su favor. Se lo había entregado, para que en nuestros extásis, me los desenderrará a ella; me dijo que no tendría jamás el total reconocimiento de las Iglesias, por mucho que quisiera otra vez posterior.
Entonces empecé suave, pero preciso para que golpeará con mayor fuerza en su mente, también calva, a decirle como se recreaba en introducir los dedos, mientras en aquellos desesperados sábados nos despedíamos por unas horas que eran un muro elevado con cortantes cascotes para nuestras bocas ansiosas. Le anunciaba que sentados enfrente de sus ojos, tan escrutadores como sus manos, salía el reflejo de un pelo que entonces dulcificaba sus formas por medio del amor y de los sus manos expertas, que tanto cantaban sus excelencias, como las traiciones que no debiera cometer un profesional, en posesión de claves que le fueron confiadas por su posición de tijeras y peines.
Me miró, tomó conciencia de la forma de bazofía en que iba convirtiendo su habilidad traicionada y como para rematarle. Le dije que una día bañado en ella; como buen montero lancé mis pelos para agradecerla "in situ" todo el poderio de su conocimiento que tanto me sigue enseñando.
Patrañas devueltas desde su pútrida declaración consciente
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