miércoles, septiembre 09, 2020

Güil, infinitos instantes

Estando sentado, pensando que llegaría en cualquier momento, empecé a recoger la bolsa. No tenía muy claro si me había entendido el mensaje que le había dejado. Le había dejado todo muy bien colocado dentro de ella. Sabía de su falta de orden o incluso de su caos, quizás porque siempre le había ido bien.

Esperé cinco minutos más, y viendo que nadie se acercaba, me disponía a levantarme, cuando fijando mi atención en el seto que había enfrente, me pareció observar que había una persona en un banco; no hacía amago de moverse y parecía ensimismada en alguna reflexión. Parecía grotesco que aquella pequeña planta hubiera conseguido que nos parecieramos ajenos dos personas que en el pasado, habíamos vivido multiples experiencias juntos, con momentos de gran dificultad. 

Por un momento, me pareció que era una alegoría de nuestro estadio actual de separación, pequeños matices nos impedían volver a realizar alguna de nuestras expediciones tan duras, peligrosas como geniales y enriquecedoras.

Le llamé la atención y enseguida respondió; como en un reproche me comentó que no hubiera reaccionado cuando llegó, hacía ya media hora. Si, me pareció ver a alguien que se sentaba pero me había robado todo el interés una mujer que pasaba en aquel momento y que tenía la risa más contagiosa del mundo, pensaba que despegaría hacía algún universo superior, sólo de sentirla. De todas maneras, no quisé reprocharle que no hubiera tomado la iniciativa de acudir a mi encuentro. Sabía de tantas y tantas ocasiones en que las más mínimas cosas, le habían colocado en un abismo, en el que se balanceaba en un vértigo que pareciera derrumbar el edificio más seguro del mundo.

No hablamos mucho, cuando teníamos anécdotas que antes nos enredaban hasta la madrugada, para contárnosla y darla matices de colores, voces, sonidos que nos hubiera embarcado a horizontes de encuentros en el que antes desplegábamos velas para minimizar universos.

Le tendí la bolsa, como un ancla que ya no me dejaba levarla a su encuentro. Le había dejado parte de mi corazón, y cajones de mi raciocinio que aún perdido le modelaba las próximas salidas por los ríos de conocimientos que siempre necesitariamos explorar.

- Le entregué el casco, por si podía mostrarle la lógica que este sirve para proteger el cerebro, pero no para encerrarle en oscuras mentiras, y fabulosas teorías, que le acuchillarían la razón.

- Al magnífico chaleco salvavidas le confié la tarea de que acompañara para darle calor y seguridad, pero no que lo utilizará entre ramas que le atarían a corrientes inexploradas.

- Confié que el cubrebañeras fuera firme y ágil para apartar las aguas que buscan ansiosas los agujeros por los que disfrutan de su velocidad; reclamé que no fuera el objeto mal metido que en un momento determinado de angustia, fueran un arma entorpecedora que le atarás a un kayak descontrolado.

-Por último, en la pala coloreada de forma divertida en naranja y verde, le marqué el semáforo para que elegiría el momento oportuno para pasar; le advertí que su uso desde la indiferencia podría alejarle de las ayudas que muchas veces necesitamos en la vida.

Cuando recibió todo; levantó la vista, en sus ojos ví el Güil, tan temido por mí, de forma individual; tan pasadizo a un mundo en el que nos vivimos con sus marmita de incertidumbres de las cuales saliamos airosos, porque con muchas otras, encontrábamos las cuerdas en la que nos amarrábamos a nuestros cuidados.

Nos quedamos un tiempo, ¿sería infinito?, como los instantes de horas en las que contemplábamos "la vague de Rabioux" y sus domadores que en cada surfeo, pirueta nos acercaba a lo que en aquel momento amábamos

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