El señor se ha dirigido a mí de una forma correcta, quizás, por ello, un poco fría. Me ha confirmado que de forma rápida que la tuberia se había roto.
Pese a que habían intentado crear un entorno idílico para pacificar mi mente que siempre andaba en ebullición. Una vez más, lo he confirmado, me he ido a donde tengo las herramientas, he cogido un alicate, tres tuercas y un trozo de carne y casi hubiera salido por la ventana, si no hubiera tenido dos razones de mucho peso: primero, mi mujer me ha abierto la puerta de la casa y segundo; porque ya subiendo al poyato me he dado cuenta que en el tenderero tenía la capa con la que suelo imaginarme que soy superman.
En el descansillo, he llamado al ascensor; pero ante, me ha llamado mi esposa para advertirme que la rotura parecía estar dos pisos más abajo.
¡No podía perder tiempo viajando en una nave que, a veces, no tenía buen aterrizaje!
Ya había bajado el primer piso y cuando me disponía a llegar al segundo. Mi antigua amante ha aparecido, silbando nuestra canción con la que empezábamos siempre nuestros juegos amorosos. Me ha parecido que yo mismo, por un instante, paraba en mi rápida intervención; pero no, contemplando su cuerpo, que me sabía de memoria, durante un segundo, pareciera haber estado una noche entera, y he seguido rumbo a mi iliada. Había bajado tres escalones, dos sin mirarla y otra volviéndome para rememorar con tristeza, las cenizas del paraiso perdido. Ha sido cuando al lanzar mi pie sobre el cuarto escalón, he oido su voz, como D. Quijote a Dulcinea, como Romeo a Julieta o como Bonni a Clyde, aseverando: Vale José, no te acuerdas que no tenías ni idea de mecánica, que los alicates, son con los que jugaba nuestro sobrino y que el alambre está pisado mil y una vez, pues era el que recorrías siempre cuando, habiendo conocido a tu ahora, esposa, me comentabas que tenías que subir a amarrar el alero, pues la casa había levado anclas y este podía volar por el "efecto Venturi" con tan mala suerte, que nuestro vecino surfista cogiera una ola equivocada y cayerá sobre asfalto en vez de sobre agua o arena.
Siempre me resultaban curiosas tus invenciones. A mi, en aquel tiempo, tus voladas me venían de perlas. De hecho el surfista el que aprovechaba esos ratos, tan eternos de amarrar canalones y tejas, para dejar constancia que compartiamos multiples habilidades en el encuentro entre cada uno de nosotros y que sí, para hacerte un poco más feliz. Salir desde el bajo, con el skate, para que tu le siguieras considerando un joven inocente.
Por otro lado, pasa, deja ahí los alicates y el alambre y no me hagas invertarme historias de habilidades y reparaciones porque si tu mujer te ha calado y te ha ayudado a emprender el viaje. Lo mismo el hombre pájaro ha dejado de arriesgar en aterrizajes forzosos y encuentro acomodos más placenteros
He pasado, que voy a hacer. Esto de estar siemrpe dispuesto a ayudar me crea unas tramoyas que valgarme Rocinante, siempre en tierra y eludiendo aspas
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