sábado, septiembre 05, 2020

"Carnecruda" desde la estación vaciada

A la estación aislada, nacida en la España vaciada, llegará después de un largo tránsito, un tren que pareciera un mercancías. No tiene lujos por el exterior. Su maquinaria está encerrada en un chasis al que no han revestido de oro, cuerpos esbeltos, deseables en un sueño de placer eterno, ni de tecnologías al borde de un equilibrio desbordado a toda lógica de la termodinámica.

Me miro, ¡si es la estación en la que debo estar! y ¡si, es la hora en la que debo embarcar! y ¡si es el tren con el que empezaré a surcar paisajes humanos, de la naturaleza, de la música, de las artes, de los libros en los que me quisiera eterno!. 

Sin embargo, por creerme huraño, había buscado lo solitario; pero no estoy sólo, en ese mundo árido, interesado, ajetreado, con granos de arena que arañan y dañan nuestras zonas blandas en un entendimiento inmediato para exacerbar reacciones, nacen miles mentes que se encuentran en la belleza de la voz de Silvia Pérez Cruz, o en las preguntas no conformistas de Javier Gallego, o en  los encuentros con “los tomos y lomos” de los libros, de los que este tiempo asfixiado de destellos tecnologícos, parecen alejarnos.

El próximo lunes, a las 10h “carnecruda.es” nos embarca en una nueva temporada, la 7, como radio independiente; la infinita para quienes un día lo descubrimos en RNE3, porque un compañero nos dijo que volver del instituto, escuchando “carnecruda” te podía saciar de los inconformismos que no encontraban platós.

A su publicidad, festiva, necesaria, ofertante de más tiempo y más colaboradoras parece que, siempre, (si este tono para los que nos quieren “consecuentes” y por tanto pobres, pagados por los sueños en un mundo que pide plata; mientras ellos, nosotros financiamos festivales de impudicia) existen seres a los que no parece cuadrar, que más tiempo y más colaboradores no necesite más aportación de los oyentes, porque “será que ya tienen bastante”.

Con la maleta de nuestros bártulos, nuestros miedos, fobias, desconocimientos, tristezas  y ganas de vivir, creo que eso define a los “crudísimos” hemos llegado a la estación de embarque y hemos pagado nuestro ticket, porque queremos cogerlo desde el principio, sentirlo nuestro, oír por la megafonía sus terrores a no poder terminar un proyecto, escuchar sus imprecaciones contra los violentos y torturadores; pasear la vista por los ventanales que se abren, ampliando el instante para alargarse con las ciclistas, veterinarias, compositoras porque en nuestro tren, “la vida se ralentiza” para conocerse.

Dice Javier que necesitan más personas que pongamos pasta. No necesito hacer preguntas, porque me las ha ido contestando todo su equipo, sus colaboradores y su espíritu explorador. Salí de cubierta a las embestidas de una barca de auxilio, para remar, con la imagen de los seres caidos, cuando ellos cogieron otra, creo que aún más débil y con ella alargaron la duración de los programas y la periodicidad de ellos, hasta hacerlos diarios durante la semana.

He llegado con antelación, no me importa, llevo un tomate de mi huerto que fue sembrado por los habitantes que nunca se pueden ir porque están entre sus pepitas, el sonido de los pájaros que lanzan nuevas melodías, y a Dylan, con sus susurros para que sus palabras “contengan multitudes” que viajan exploradoras de transformar las realidades que un día nos impusimos y en las que tratan de agrietarnos, si ansiamos volver a subir a las ficticias cubiertas, para renacer inconformistas

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