Es fácil estar en un igloo, con una buena cobertura para no pasar miserias y sentir que de allí, teniendo todo a tu disposición no es necesario explorar nada más.
Confías que quienes están allende de tu campo de visión, por todo lo que te transmiten, te estén protegiendo para que no se esté rajando el suelo polar, quizás porque está disminuyendo el tamaño de él. De todas maneras, no tienes más visión que el hoy y mirando a la cara de tu niño, el inmediato futuro que de él puedas contemplar.
No le das más importancia a esos sonidos lejanos, podrían ser muchas cosas; mientras fuegos artificiales, son iguales los sonidos, bellos te anuncian en la tele que te ata 24 horas a su información: a veces graciosa; a veces, rara; a veces, escandalosa; pero con un margen que te dan para la creatividad en la cocina para poder sentir que en tu vida te está permitido innovar. Parece que fuera se preocupan de tí. Tarde descubrirás que también puede ser para que no les molestes mucho en sus diferentes formas de vida, de las cuales tú te has convertido en un fiel protector, para que de sus manos caiga migajas que den lustre a tu acomodado encuentro con las cosas cotidianas que se travisten para darte una pátina de seguridad con la que crees ser digno de admiración.
Estos días, montando en piragua, con otras personas, tienes en cuenta todo o casi todo: chaleco que una necesidad de ayuda o una rama que durante esta semana me han contado que les puede haber aparecido inocente, por posada en el agua, pero traidora por cómo deja pasar el líquido pero no el cuerpo consistente del ser humano, ante la inconsciencia te puede mantener a tope.
El casco que te evita golpes secos contra esas mismas ramas, pero también piedras o fondos de un río, no muy profundo
Palas para conducir, pero también para prevenir caídas;
Cubrebañeras, extraña falda que apenas es traspasado por aguas con brotes a bailar de salón, donde tu recibirías todos los pisotones
Ajustar bien los reposapiés para que puedas hacer presión y sean más eficaces tus empujes.
Con mucho tiempo, muchos fríos y calores, y ríos tan diversos, y traicioneros para quien no lo quiere explorar con respeto; por todo ello, te has convencido, que te ayuda.
Si un día decides, que por prisas, por soberbia te puedes columpiar mostrando a tu interlocutor la no necesidad de alguna de esas piezas, tienes toda la libertad de hacer ese recorrido, asumiendo que en una zona de piedras, ante la inclinación que necesitas para avanzar, el agua va a penetrar, cuando ya dentro de barco empieza su pequeño, incesante y caótico baile, comprenderás que aún delante de tu interlocutor tendrás que volver a salirte de la embarcación, con todo de desprestigio a tu verborrea que contaba mil y una experiencia que parecían engrandecerte. Con agua, el kayak se asemeja a una fiesta diurna que te acercaría a las orgías del caos, abierto, pero al que no estás preparado.
Esa misma libertad, exhibicionista mostraron ayer, quienes se reunieron en Colón. Hablan de libertad, pero es la suya; sin ningún respeto a la del otro que la tiene para vivir.
Hablan de no creerlo y han visto morir a miles de personas. ¿Cómo las estructuras de un Estado puede ejercer la violencia hacía quienes cuestionan la figura de un rey, quienes creen en otra forma de gobierno que saben, unos y otros, que no llegará pero que sirve para meternos en las burbujas del miedo?
¿Cómo permite campar a sus anchas a quienes se manifiestan de forma violenta: no llevar las mascarillas, no guardar las distancias sociales, es un daño que sobre todo tienen que evitar en el otro?
Mi libertad me llevó, sin casco, a irme hacía ramas que rallaron sobre mi preciosa calvicie palabras de: “tú lo has querido”.
Recuerdo que, me contó que él y su interlocutor a los que había dos piraguas, sin más, sin explicación, sin la más mínima primera información, que lo habían pasado realmente mal e incluso disimularon ante la prensa, ante los apuros que habían salido a duras penas.
Meses después, cuando no asumí la pérdida de una pala, pero tampoco las obligaciones que tiene subirte en una piragua, sea el Henares, Tajo o el Ourika, sólo tuve que esperar a los diferentes golpes, heridas y humillaciones que me producían los escasos trescientos metros para saber mi pequeñez ante el agua y ante la falta de previsión.
Todos que estuvieron ayer, bailando el brote para con sus pisotones enviarlos hacía nosotros, debieran percibir las consecuencias de sus salvajadas y sus palabras, interesantes por fuera, pero un compendio de la locura de entregarse a teorías conspirativas que de forma tan cruel pudre a una sociedad
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