domingo, agosto 30, 2020

Columna, para abrazo en la Alhambra

 Si entras en el paraíso, por ahí estarár Macarena. Allí, con un calor aliviado por el Guadalquivir, tuvo su nacimiento. Hoy, su cuerpo, quizás haya abierto sucursales como allí, aquel verano, en el patio de los Leones, lo abrió en una luna llena a la eclipsó. 

Alhambra esplendoroso, siempre visto desde fuera, una vez desde el Albaicin con escaleras que desembocaban a puertas cerradas, donde fuegos avivaban nacimientos mestizados de "Omegas" o Planetas de noches continúas sin soles. Otras veces, lo percibíamos, soberbios nosotros, aún más poderosos que sus murallas y sus patios de olores como en el que nos nace eterna, ella, diosa, apoyada en la columna de nuestro pecho palpitante en su piel tostada en los desiertos; nos preparábamos como guerreros mongoles para que las aguas se nos arrodillarán. ¡Cuántas veces, recorrimos el canal del Genil, en el que domesticábamos los kayaks de pura raza con el que soñábamos descender ríos por Alpes, Atlas, Pirineos, el "Gran Cañón", y montañas de Córcega, de Asía!.

Incluso nos fue maestro en contras inconcebibles o rápidos indescifrables para mostrarnos nuestra debilidad cuando las gotas de agua se unían para rebelarse contra obstáculos y soberbias, 

Cursos de crecimiento personal decían, y sin embargo, aquella noche en que fuimos guiados a seiscientos años atrás, nos empequeñecimos por sus habitaciones y desembocamos en el lecho de las aguas que borbotaban en ese pequeño cuenco en el que martilleaban rítmicas las columnas que rodeaban la perfección de la luna llena que había venido a yacer enamorada para los amantes que depusieran sus cadenas interiores.

Haber viajado entre los actos, los libros, lo aprendido, y los cismas de la impotencia para que una noche, como hoy, de desnuda blancura, el espíritu se sumergiera entre los brazos, que habían recogido la ensimismada cabeza que posada sobre aquel frío mármol, al levantar la vista, de forma salvaje palpitó, cuando descabalgado, contempló la belleza humana, armonía de un instante en el conjunto del tiempo que había vuelto, para sentirlo ya siempre eterno.

Entre aquellos muros, la pasión encarcelada por 600 años, derritió los barrotes y enlazo las ramas de los cuerpos que se dejaron llevar por las mentes de unos sirvientes que en aquellos instantes fueron dueños del amor.

Prescindir de tanta ropa que nos impusieron desde la cuna y que nosotros la convertimos en excusas para prescindir de cabalgar las sábanas fértiles. Nos pesan los ropajes para ser pasto de las bestias que acechan a los que nos hacemos débiles, cuando lo máldito material se nos hace imprescindible, y el pequeño compromiso, no consultado en su vigencia, se convierte en un ancla, para no consumar el vuelo al regazo que engendró el instante para convertirlo en baño de mil tiempos a aguas, no siempre calmas, si acogedoras de desnudeces que no atemperen los fuegos los besos, sino que los fluyan para los nacimientos de encuentros en lo que nos somos.

Macarena, es más bonito ser humana, rodeada de lo que eres. Aquel instante, fuiste diosa; impotencia por no haber sido "termomix" que regalará el conocimiento de aún siendo terrenal, saber volar y entregarnos a conocernos entre la navegación por ríos insaciables como los encuentros a los que nos entregamos por separado, ya lejos, fuera de nuestro lecho de aguas, plantas y los besos a aquella piel morena que aún llevo impregnada por punzones, antecesores de los superficiales escritos, xerografiados en pieles mortecinas sino nuestros corazones entrelazados .


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