domingo, agosto 23, 2020

Tajo

El hombre se sienta en la piedra y escucha el agua. Dice tantas cosas que cuando llega, horas después, el ruido que debe aceptar la naturaleza, por ser tan inmensa. Él se deja llevar por la corriente para adentrarse en su inmenso lenguaje, sin darse cuenta que este le está llevando a las trampas, al engañoso encuentro con las contras donde el agua describe un viaje hacia el imposible lugar donde el filósofo griego dijo que nunca volvería a pasar o se quedará anclada en la ola que le permita recrearse en la memoria de respeto a nuestros mayores que se nos van. En ese espacio parado, cuando todo alrededor se nos escapa a una velocidad inmensa, buscamos la pirueta de las enseñanzas para aprender a cuidar las patatas plantadas. Ideamos un "lupping" donde Aurelio miraba divertido la lucha de un neófito que se enreda entre la espuma blanca en la que rompe el agua que en este agua de Agosto te engulle en el placer del abrazo. Recorrer ese espacio sin descender es revivir la montura en el caballo del tío Benito y el control de la montura para demostrar quién es el jefe. Cuando busco una nueva piedra. Ya no está el alborotador, sólo el susurro o el vocerío del líquido de tantos tonos. Y el Tajo, un río de vida, hoy llora lágrimas para impregnarnos las mejillas y recordarnos el respeto a tan diversos espacios donde nos convergeremos

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