lunes, agosto 03, 2020

Pina, en salvavidas

Es un lunes, el agua vuelve a mecer mis venas; ahogados en calor, el sueño de una sala en Berlín fluye sobre la memoria de seres que convirtieron sus flojos en una exploración de sí mismo. La contemplación de sus corrientes vaga para unir hechos que se sucedieron en aguas sin fronteras.

 Explorar el agua desde el barranquismo o desde el piragüismo es adentrarte en un inabarcable viaje del que sólo te siente, nada, en tu potencia y dios, por poderte para contemplar toda su grandeza; en mi caso, seguro que para mi mente metida en un cuerpo no sobrado de habilidad fue ser parte de un libro en el que la naturaleza lanzaba trazos  que dibujaban pasos que tenían la magia de poder ser cambiados

 Tumbados, dispersos, sin embargo, se levantaran por el mismo sitio, después de haber gateado desde su lugar. Surge el agua, ¿no es nada más que eso?, un líquido cristalino que tiende a volver hacía su lugar de origen y sin embargo, lo nuevo le empuja hacia adelante, nunca olvidará su origen; tu fuerza es medible, su memoria inconmensurable. Ya, sin embargo, no volverá en las mismas circunstancias. Sus actos de despedida se repiten mientras van buscando diferentes salidas. En las esquinas buscas un reposo, podría ser por allí, espera.

Poco a poco ese agua, coge velocidad, la inclinación se hace enorme, pareciera se descontrola tu cuerpo, que impotente choca con una piedra. No puedes perder el sentido porque detrás vienen otros, miles y te arrollarán y te destrozarán, busca tu cuerpo con el agua que entra en una contra.

Coges todo el oxígeno que puedes; siempre te habían atraído los retos.

Cuando te llamaron, llevaba varios días lloviendo, las voces que te hablaban a través del teléfono eran las manos que habías recogido para terminar aquel difícil salto; su tono era la cuerda asida sobre el arnés que dormido sabías montar, sus dedos la sujetan para que tu hagas frente al descenso bajo una agua creciente y violenta que por momentos, produce música en tu casco.

No debieras, son 3 horas, de otro golpe de adrenalina que nunca has rehuido; quizás aquí, en una tarde lluviosa, si al menos, hubiera un señor que te ofreciera la risa de bajar un Henares en las peores condiciones del mundo, podrías quedarte, pero este anda sumergido en sus mundos y tu necesitarías andar en la lluvia, sobre la agua, con el repique de una batería que no escuchas.

Se ha formado un rebufo horizontal, de una fuerza similar a aquella que encontrabas en el Tajo, tras la presa, que jugabas a descender por sus rampas y que había sido insertada para producir una electricidad, domada, interesada, a cambio de encerrar el normal transcurrir de las aguas de un río siempre explorador.

 Maldito rebufo, en tierra las consignas que siempre me arrojaron para que no escapara de sus cenagosas explicaciones que se ofrecían como pócimas, válidas por eternas, aunque, ahora ya, ella, me cogía de la mano y me repetía, no eterna, no; extremas, siempre han sido extremas y superficiales.

Nos quedamos quietos, los dos, formando uno. Reposo en sueños de reconstrucción. El tiempo parece quieto, me entrego a su cuerpo, que ahora empieza a manejarme y me lanza, para que sea capaz de explorar. Cuando parece que caigo, sus manos amortiguan mi abandono y lo convierten en un resbalón para que pueda seguir desde el resquebrajamiento en el que de repente he parecido meterme. Me convierto en un ovillo, por un momento consciente de mi pequeñez me he reducido, ahora ya no me recoge, adapta su cuerpo al mío, entra en cada uno de los pozos en los que parezco desfallecer para convertirlo en un agarre sobre los que fluyan nuestros pálpitos. Confundo los suyos sobre mi sudor, mis piernas tienen la fuerza que su mano que mana al cielo ha conferido a mis pies; la otra pierna sube en su hombro, que ha liberado su otro brazo para girarme de forma longitudinal. Y cuando parecemos miembros emprendiendo una exploración infinita. Tú, te desgajas, agua de memoria, agua que vuelve para recoger los desafíos de tantas y tantas fuerzas megalíticas de nosotros los humanos.

¡vuelve, vuelve! Cuando siento que se ha escabullido entre mis dedos como el agua se escapa entre mis manos.

 Cae, y nuestros lazos son deshilachados o cercenados o golpeados, tus caminos se sumergen en las profundidades, no sabemos si alguna luz apareció en tu última mirada. con la última gota de oxígeno que pugnó darte un nuevo impulso y sin embargo, ya exhausto, abrazó para confortarte en la memoria final de todos los tuyos.

Llamo, proclamo para vivirte; mi voz ocupa esa sala de inmensos ecos sin respuesta. ¿Cuánto tiempo podría esperar en mi quietud que va siendo vencida?

En el escenario, mi voz clama tus excelencias, recrea mi voz la potencia de tus saltos, el equilibrio entre las rocas de tus pies que son garras y la agilidad de tus contorsiones para haber visitado, tantos y tantos barrancos.

Mi voz dirige mi cuerpo para que tropiece, si no levanto las pesadas rocas de los torpes encuentros con los otros.

 Un gran sonido atruena en el manantial visitado. Nos revivimos en tu cuerpo ausente y en mi voz que creyó quedarse encadenada a ciénagas.

 Nos buscamos en nuestras desapariciones; cuando siento que llegan sus manos, de mí brotan las palabras para ser comuniones de pasos para el futuro

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