Mientras otras se ponían retos, había personajes que se vagaban, en el sentido más amplio de la palabra. Se vagaban porque se iban mimetizando en el paisaje que habían dibujado sus compañeras. Estas iban de aquí para allá y ahora se proponían subir al Everest, que era el libro de esa editorial que se ponía al final de una escalera que termina en la luna y mira por donde, hoy, en el personaje de Eduard Louis al que ha ido construyéndonos entre desgarros y caricias.
Lo que tiene esa escalera y los retos es que te van llevando por señales o por balizas. Nuestras héroes, sin embargo, vagan; y eso, uff te abre todos los puntos del horizonte, vamos una Rosa de los Vientos en la que un espectador ajeno se adormece.
De vagar no sabemos si tenemos un horizonte. El caso es que cuando se va diluyendo el paisaje de las personas que han tenido que realizar los cuatro retos; en ese momento se quedan ellas, que eran ajenas a la trama y por lo tanto, no tenían las llaves para salir. Si antes caminaban, vagaban, seamos justos, muy tranquilas, ahora toman conciencia de ser el objeto de atención de nosotros, espectadores, pero también de ellos mismos, y bueno, de los primeros pueden pasar, pero cuando empiezan a mostrar lo que son ellas, la cosa se empieza a poner chunga. Mira, mira me estoy fijando que el hombro derecho lo tengo rígido, muevo el brazo como un mazacote. Los pasos son arrítmicos, largos, cortos, demasiado cortos; por favor que parezco Chiquito de la Calzada; no puedo, no pueddooorrrr!!!, ¡madre mía! voy a salir de este bucle. Daré pasos largos, largos, largosss; vale, vale demasiado largos; no puedo ir tan marcial, me terminan llevando a desfilar como los soldados del Ejército norcoreano.
No me encuentro, si me están mirando, me están mirando (se dice para si mismo, varias veces), debo hacer algo, lo que domino. Voy a exhibir mi capacidad para hacer giros, saltos, y quedarme en equilibrio, pero lo voy a hacer con diferentes intensidades. Las mismas intensidades con las que me voy a enfrentar a esos espectadores que tanto me están haciendo sufrir.
¡Uffff! me estoy dando cuenta que me he puesto retos.
Mis compañeras ya se han escapado. Cumplieron los suyos y me imagino que se hallarán envueltas en otras.
Ahora me tocan las mías. Corro, salto, caigo giro, miro a la espectadora despistada y con contundencia la invito a descubrir aquella escalera por donde salir al balcón donde, ¡aaaaaaaayyyyyyyy1 casi me caigo cuando descubro que mi casa la he construido sobre un abismo.
Me agarro, me vuelvo, mira para atrás, a las espectadoras y a cámara lenta las voy diciendo que voy a tomar carrerilla porque me he fijado que al final del balcón han dibujado un escenario que es un abismo, lo debo romper, no encastillarme en lo que me trazan los demás.
Corro con violencia, salto con la pierna por delante, SOY EL PEQUEÑO SALTAMONNTEES, rompo mi propia cárcel y me doy cuenta que también he sido capaz de levantar un reto que me había caído como un piano, al gato "malo" de nuestros dibujos animados.
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